Javier Sandomingo Núñez –director general de Política Exterior para Iberoamérica– se reunió el viernes en Madrid con 12 exiliados cubanos. El equipo de Moratinos pretendió que no trascendiera la sorprendente, masiva y muy inoportuna reunión que se celebró en el peor de los aniversarios. No querían que se enterase Pérez Roque que había anunciado su llegada a Barcelona para pocas horas después.
Sólo para no molestar al vocero de Castro, Sandomingo –contra toda esperanza– pidió discreción a los que convocó a su negociado. No conoce bien a los cubanos. Confiar en que 12 de ellos sean discretos es como esperar que Castro recupere la razón que perdió cuando siendo adolescente se estrellaba subido en una bicicleta –probablemente robada– contra las paredes del colegio Belén. En cualquier caso, Sandomingo aseguró a los exiliados que el Gobierno no pretende cambiar la posición común de la Unión Europea respecto a la tiranía, y les rogó que confiaran en que la mano que ofrecen a su verdugo no significa que se olviden de sus víctimas.
Lo mismo de siempre. Lo propio del talante que no distingue entre buenos y malos. Mala conciencia y buenas palabras que a nada conducen y que sólo buscan acallar las voces que les acusan de haber traicionado a millones de víctimas de quien hoy es su huésped.
Por fortuna, no todos son malas noticias para los exiliados que viven en nuestro país. Bush ha nombrado embajador en España a uno de ellos. Eduardo Aguirre escapó de Cuba a la edad de 15 años gracias a la operación humanitaria Pedro Pan, mediante la cual 14.000 niños cubanos lograron escapar de la tiranía que tan bien representa el forajido que hoy nos visita.