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José Vilas Nogueira

Votos y principios

Para la derecha, los valores y los principios no son un obstáculo para ganar las elecciones; son un requisito previo para conseguirlo.

Acaba de cumplirse un año de las elecciones del 14 de marzo que han permitido formar Gobierno al Partido Socialista. Ciertamente todos los años tienen un 14 de marzo. Pero, por muchos años, el 14 de marzo de 2004 conservará tal singularidad que permitirá identificarlo sin la especificación del año correspondiente. Aquellas elecciones estuvieron marcadas por los atentados del precedente día 11 y por la vulneración de las reglas del juego democrático perpetrada en los dos días siguientes, particularmente el día 13, por elementos izquierdistas, teledirigidos, vía teléfono móvil, por el PSOE. Los miembros de este partido han celebrado el aniversario de su llegada al poder, de modo tan entusiasta como inopinado fue entonces su éxito electoral. Y el Presidente Zapatero pronunció un discurso, éste sí perfectamente previsible, de vacua logomaquia, que sólo abandona para insultar al PP. De infamia lo acusó esta vez. De asesinos los reputaron sus secuaces en ocasión del atentado. No ha progresado mucho Zapatero en cuanto a honestidad política.
 
La vacuidad, la demagogia, la complacencia con minorías disolventes del tejido social y de la unidad nacional no le sientan mal a Zapatero en el teatro de la opinión pública. Según algunas encuestas, la mayoría lo valora como el mejor líder político y en cuanto a intención de voto el PSOE presenta una no muy grande, pero confortable ventaja sobre el PP. Estas valoraciones contribuyen a alimentar algunas críticas sotto voce en el seno del Partido Popular a la línea de oposición que lleva el partido y a justificar lamentaciones por parte de políticos, articulistas y, sobre todo, tertulianos de radio y televisión, identificados con la izquierda, por el continuismo de la "línea Aznar" por parte de Mariano Rajoy y su equipo.
 
La primera observación que se le ocurre a cualquiera es que estas últimas lamentaciones son estrictamente farisaicas. Con una izquierda tan sectaria como la española, resulta increíble que las gentes con ella identificada se preocupen sinceramente porque el Partido Popular adopte posiciones políticas que dificulten su regreso al Gobierno. El objetivo es justamente el contrario. Aprovechando los complejos que la identificación y las políticas derechistas suscitan en algunos sectores del PP, de lo que se trata es de provocar la ruptura de este partido en al menos dos: uno, inequívocamente de derecha, de extrema derecha en la jerga izquierdista, en la que, en cambio, no hay sitio para la extrema izquierda. Este propósito encuentra una traducción ostensible en el tratamiento que se da a Esperanza Aguirre. Pepiño Blanco lo ha ilustrado en su interpretación del porcentaje de "noes" en determinados distritos de Madrid, en el referéndum sobre el Tratado de la Constitución europea.
 
El otro PP, el bueno para la izquierda, sería un PP centrista y, por tanto, respetable en el universo de lo políticamente correcto. Ciertamente qué sea el centrismo es de imposible definición, salvo con criterios de topografía política, por referencia a los extremos. Pero, más allá de esta posición relacional, la indefinición de políticas y objetivos típica del centro político siempre ha sido muy útil a la izquierda, como probó la experiencia de la UCD, a quien, por cierto, su proclamación centrista no le ahorró una feroz oposición socialista: recuérdese el tratamiento miserable a que fue sometido Adolfo Suárez (el "tahur del Mississipi"), a comienzos de los ochenta.
 
Por tanto, aunque la situación sea difícil y la empresa complicada, la primera prioridad del Partido Popular debe de ser mantener la unidad a toda costa, a sabiendas que en una situación próxima al bipartidismo, entre los partidos nacionales, uno de derecha y otro de izquierda, ambos son necesariamente constelaciones de posiciones políticas, o "sensibilidades", internamente diferenciadas. Y a este propósito ha de reconocerse que, en términos generales, los socialistas han sabido mantener mejor su unidad que la derecha. Conecta esta cuestión con las críticas o desazón que se puede percibir en algunos elementos o sectores del Partido Popular, ante los resultados de su trabajo de oposición. Uno de los achaques que frecuentan más la vida partidista es el de la impaciencia. Sólo hace un año que el PP perdió el Gobierno y ya hay gente angustiada por la ausencia de perspectivas de su inmediata recuperación. Pero lo cierto es que los movimientos de cambio de tendencia que se plasman en la alternancia en el Gobierno suelen obedecer entre nosotros a ciclos temporales muy superiores a un año.
 
La impaciencia propicia el oportunismo. Pese a la grandilocuente retórica izquierdista, la democracia en España se ha reinstaurado a través de un proceso de acuerdo entre buena parte de la clase política de la dictadura con los dirigentes de una oposición democrática con escaso arraigo popular. Los primeros aportaron sustancialmente el control institucional y social; los segundos, la legitimidad democrática. Por esta razón, y algunas otras que harían interminable este artículo, se ha instaurado entre nosotros una especie de cinismo democrático. Los partidos son vistos como máquinas exclusivamente maximizadoras de voto, como si todos los españoles fuésemos discípulos de Downs. El ganar las elecciones sería el alfa y omega de la vida partidaria.
 
Pero, aparte de otras dificultades de la empresa maximizadora de votos, no todos los partidos son, no todos pueden ser, meros maximizadores de votos. Hay principios cuya prosecución está en la base de algunas identidades partidarias, que transcienden el mero objetivo electoral. Una de las razones por las que Aznar es tan odiado, y no sólo por la izqueirda, es que, en este mundo de cinismo democrático fue un "intruso", por tomar prestado el calificativo que, a otros propósitos le dedicó Umbral en un reciente, magnífico artículo. Puede haber acertado más o menos, pero Aznar fue un político de principios. Y si queremos abandonar este plano por otro más realista, conviene recordar que en un mundo de valores y palabras corrompidos (en el que, por ejemplo, la palabra socialista designa a elites políticas y profesionales, de inexhaurible capacidad predatoria), la derecha maximiza votos peor que la izquierda. Para la derecha, los valores y los principios no son un obstáculo para ganar las elecciones; son un requisito previo para conseguirlo.

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