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Enrique Collazo

¿Ollas para qué?

el pueblo tiene muy claro que a pesar de los petro-dólares venezolanos, los problemas continúan siendo cómo resolver los alimentos indispensables para echar dentro de la olla

Las imágenes del dictador Castro explicando la utilidad del uso de la olla de presión como vehículo para el ahorro de energía en un pleno de la Asamblea Nacional de Poder Popular han dado la vuelta al mundo. La gente común y corriente de los cinco continentes contempla la escena con una mezcla de incredulidad y desconcierto, mientras que los cubanos de extramuros se avergüenzan de que su país sea el hazmerreír de todos. Cómo explicarse que un gobernante se inmiscuya tanto en la vida cotidiana de la población hasta el punto de disponer la producción en masa de ollas de presión, así como de unas hornillas ad hoc para cada una de las familias cubanas, cuando eso es algo que forma parte intrínseca de la libre elección del más anónimo de los mortales.
 
Sin embargo, aunque a muchos les parezca una muestra macabra de surrealismo tropical, o incluso piensen que el comandante deliraba, o que les gastaba una broma a sus paisanos, en la Cuba de Castro, desde hace más de 40 años, esta práctica está plenamente consagrada. Resultan clamorosos los ejemplos de injerencia del dictador en los plenos de la referida asamblea en asuntos tales como la distribución de cerveza a la población, la campaña contra la obesidad y el sedentarismo, así como por estimular la participación masiva en el campismo popular, en detrimento del turismo de playa y sol. Evidentemente, más allá de la Isla cada quien se bebe las cervezas que le apetecen, asiste o no al gimnasio de su barrio y disfruta de sus vacaciones donde más le plazca. Asimismo, en los escasísimos debates originados en tal foro, el “paternal” comandante ha interrumpido súbitamente la discusión tachando las intervenciones de los diputados, elegidos democráticamente –según la propaganda del régimen– como de una soberana pérdida de tiempo. De modo que tales sesiones devienen sistemáticamente escenario favorito de los soporíferos monólogos del Comediante en Jefe, recompensado después de tanta chochera con una ovación cerrada por parte de los representantes de un pueblo amordazado y privado de su más elemental sentido de libertad.
 
Pero la audacia de Castro no conoce límites, pues esta vez se atrevió incluso a calificar “el sistema económico cubano como invulnerable”. Para contestarle bastaría con expresar que denominar “sistema económico” a lo que funciona en la Isla, cuando lo que realmente predomina es un estilo de ordeno y mando con un elevado margen de discrecionalidad política y voluntarismo en las decisiones económicas, es un puro ejercicio demagógico. Tal afirmación carece del más mínimo fundamento ya que la organización económica insular carece de la más mínima racionalidad. Por otra parte, al dictador jamás le ha interesado la buena marcha económica ni el bienestar de su pueblo, pues ambos objetivos siempre se han subordinado a la lógica política, la cual es en definitiva la única que le interesa al poder. A lo largo de 45 años sobran los ejemplos de las barbaridades cometidas bajo el liderazgo castrista tales como la permanencia de un sistema de racionamiento alimentario por más de 40 años,  el plan del Cordón de La Habana, la zafra de los 10 Millones, el Plan Alimentario y otros disparates que costaron cuantiosos recursos y por los cuales se les exigió a la población una enorme cuota de sacrificio. Si el régimen ahora recrudece su acoso a los escasos márgenes de iniciativa privada que tras la crisis de 1993-94 permitió a regañadientes y se ufana de haber superado lo peor de aquella depresión, -el dictador se cuida de mencionar que el endeudamiento per cápita cubano es uno de las mayores del mundo, pues la capacidad de ahorro de la economía cubana tiende a cero– suprimiendo aquellas medidas liberalizadoras y centralizando al máximo la actividad económica del país, es porque está disfrutando de un nuevo y masivo subsidio, ésta vez desde Venezuela. Semejante transferencia de recursos, especialmente el petróleo que su amigo Hugo Chávez le suministra, es lo que ha permitido al régimen cubano tomar un segundo aire y volver por sus fueros, reimplantando el férreo control que siempre ha preferido ejercer sobre el conjunto de la economía y la sociedad.
 
Agobiado por la permanente penuria a que lo somete un estado monopolizador del poder y hartos de escuchar todas las promesas de ollas y hornillas “invulnerables”, en un país de base eminentemente agrícola y con una notable potencialidad e iniciativa económicas, el pueblo tiene muy claro que a pesar de los petro-dólares venezolanos, los problemas continúan siendocómoresolver los alimentos indispensables para echar dentro de la olla y la falta de libertad para decidir, incluso, si se cocina con olla o se cocina con cazuela.

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