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EDITORIAL

Innecesario golpe de efecto

Un golpe de efecto innecesario que sólo puede entenderse en las coordenadas que mueven a este Gobierno; el rencor, el revanchismo y un sectarismo como no se había visto por estos pagos desde hace una generación

La noche del pasado jueves registró una inusitada y poco habitual actividad en el centro de Madrid. Mientras en un hotel 400 comensales, casi todos de renombre, se daban cita para homenajear a Santiago Carrillo con una cena sorpresa, un poco más arriba, en la fachada sur de los Nuevos Ministerios, una misteriosa grúa, acompañada de un no menos enigmático despliegue policial, comenzaba a desmontar con parsimonia la estatua ecuestre del General Franco que se encontraba frente a la puerta del Ministerio de Medio Ambiente. Horas después, ya en plena madrugada, ambos eventos coincidieron. Algunas de las personalidades que habían acudido a la cena homenaje se dejaron caer por la plaza de San Juan de la Cruz para contemplar, francamente complacidos dicho sea de paso, el desmontaje de la última estatua de Francisco Franco que quedaba en la capital.
 
Nocturnidad y sorpresa. Tanto para la cena como para la retirada de la estatua. Porque ambas noticias saltaron a las redacciones de improviso al filo de la medianoche. Lo de Carrillo podría explicarse por el carácter privado de la celebración y por el factor sorpresa que querían imprimir los organizadores del ágape. Lo de la estatua es, se mire por donde se mire, inexplicable. Primero porque antes de realizar operación semejante lo normal es informar al ayuntamiento, cosa que no se hizo. Y lo segundo porque la estatua que ayer Fomento ordenó retirar de la vía pública no es una estatua cualquiera y, hasta la fecha, ningún Gobierno o corporación municipal habían creído necesaria su retirada. El próximo mes de noviembre hará treinta años de la muerte de Franco. A lo largo de estas tres décadas, por el Gobierno de la Nación han desfilado políticos de todos los signos, desde la izquierda hasta la derecha pasando por el ineludible centro que inauguró la democracia. Por el ayuntamiento madrileño puede decirse cosa parecida. Desde que se reinstaurase la alcaldía democrática han pasado por la Casa de la Villa cinco munícipes de tres partidos políticos diferentes. Pues bien, ninguno de ellos, ni en el Gobierno central ni en el municipal había creído necesario desmontar la estatua de Franco que durante los últimos 45 años ha permanecido semiescondida junto al Paseo de la Castellana. 
 
Felipe González, a quien nadie en el actual gabinete de Zapatero sería capaz de tachar de franquista, dijo en cierta ocasión que el personaje representado en esa estatua formaba parte de nuestra historia y, por lo tanto, nunca se le ocurriría tumbar una estatua suya. Por una vez estaba en lo cierto. Nos guste o no, Francisco Franco gobernó durante casi cuarenta años, cuatro décadas que forman una parte muy importante de nuestra historia reciente. A nadie se le oculta que el franquismo fue un régimen dictatorial del que tuvimos la fortuna de salir, pero la historia es la que es y no podemos moldearla a nuestro gusto. En eso consistió la transición, en aceptar el pasado compartido, extraer lo bueno que pudiese aportar a la joven democracia y aprender de lo malo para evitar repetirlo. Muchos líderes políticos, tanto los venidos del franquismo como los de las fuerzas opositoras al régimen, lo entendieron a la perfección y ahí está Carrillo, comprometido durante la guerra en la matanza de Paracuellos, como muestra aun viva de aquel compromiso histórico.
 
El nuevo Gobierno salido de las urnas hace poco más de un año no parece, sin embargo, persuadido de ese consenso sobre el que se fundamenta la España actual que tanta libertad y prosperidad nos ha procurado. Es más, los nuevos jacobinos del gabinete Zapatero parecen empeñados exactamente en lo contrario. En reconstruir la historia de España a su antojo y dibujar un fantasioso mapa de buenos y malos en el que los primeros han de ajustar cuentas lo antes posible con los segundos. La retirada de la estatua de Franco es un símbolo de cuáles son los modos que se gastan, porque el error no ha sido ordenar su desmontaje, eso es perfectamente legítimo, sino en el modo en que lo han hecho. Por sorpresa, de noche y haciéndolo coincidir con el homenaje a uno de los últimos comunistas de la guerra que quedan con vida. Un golpe de efecto innecesario que sólo puede entenderse en las coordenadas que mueven a este Gobierno; el rencor, el revanchismo y un sectarismo como no se había visto por estos pagos desde hace una generación.

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