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El talante de Bono

Se trata de un texto que no moderniza nuestra defensa ni coloca a nuestras fuerzas armadas en línea con nuestros principales aliados, sino que las condena a vivir sin misión estratégica alguna

Parece que todo se pega en este gobierno y a José Bono, peculiar ministro de defensa donde los haya, ha acabado por contagiarse del ya famoso talante de su jefe Rodríguez Zapatero. Bono, a quien tanto se le ha llenado la boca defendiendo el consenso, la negociación y la política de defensa como cuestión de Estado, en cuanto se ha visto en sus primeras dificultades con el principal partido de oposición, ese a cuyo electorado hace guiños permanentemente, el PP, ha decidido, como buen socialista, que el consenso es lo que él dice y que se sumen los demás. Ni corto ni perezoso ha hecho aprobar por el Consejo de Ministros del pasado viernes el proyecto de Ley Orgánica de la Defensa, a sabiendas que desde el PP se le han mostrado serias reticencias al mismo y que, por ser Ley orgánica, necesita una mayoría de dos tercios en la Cámara para poder ser aprobado.
 
Nunca antes en la historia reciente española, el ejecutivo pasaba tan olímpicamente de la oposición. Y si no, que pregunten a gentes como Jordi Marsal, portavoz de defensa del PSOE, sobre cuántas reuniones mantuvo con el equipo de defensa con motivo de la profesionalización o de la ley de personal de las fuerzas armadas. Lo que ha hecho Bono es un acto no ya de imposición, negarse a negociar antes de fijar el gobierno su proyecto, sino una provocación a las buenas prácticas democráticas de nuestro país. Una cosa es promover una directiva de defensa nacional, que tanto e innecesariamente se molestó en intentar consensuar, habida cuenta que es un documento de exclusiva responsabilidad del ejecutivo, y otra disponer de un texto de una Ley, que por fuerza tiene que pasar por el trámite parlamentario.
 
El PP ha hecho muy bien negándose a apoyar el texto tal y como les llegó del ministerio de defensa. Se trata de un texto que no moderniza nuestra defensa ni coloca a nuestras fuerzas armadas en línea con nuestros principales aliados, sino que las condena a vivir sin misión estratégica alguna. La Ley se limita a santificar los cambios que de hecho se están aplicando ya desde hace años a pesar de la normativa todavía en vigor, pero no define ningún horizonte novedoso, todo lo contrario. Y eso en un momento en el que el escenario estratégico está llevando a todos los ejércitos a replantearse sus fines y sus medios.
 
Además, el texto de Bono, buena prueba de su particular talante, bien conocido en su explotación de cuestiones como la del accidente del Yak, supone admitir que la decisión por parte del gobierno del envío de tropas al exterior –pensando en Irak– no sólo no es acorde a la ley, que lo es, sino ilegítima, que no lo es. A Bono no parece importarle la seguridad ni los intereses de los españoles, sino condenar al anterior gobierno. Con todo, esa no debe ser la mayor razón para que el PP rechace el texto de defensa. Es que el proyecto de Ley es malo, muy malo. Ya lo expondremos en otra ocasión, pero no hay quien lo arregle.

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