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Luis Hernández Arroyo

Malestar difuso

Japón parece estar inmerso en un marasmo de tipo financiero; pero, llegados a este punto, es pertinente preguntarse por qué no se producen grandes disturbios sociales: es como si la población se hubiera instalado cómodamente en el malestar...

Ya casi nadie fija su atención en el marasmo de Japón. Se han olvidado aquellos debates sobre las causas de la crisis económica que estalló en los noventa. Mientras EEUU –y un poco Europa- vivía una década prodigiosa, en Japón estallaba la burbuja especulativa de activos, reales y financieros, y se hundía en un marasmo económico del que todavía no ha salido. De vez en cuando, los gobiernos echan las campanas al vuelo y anuncian el comienzo de una recuperación que será permanente. Puros fuegos de artificio. La economía japonesa está peor que hace 15 años, y seguirá estándolo por mucho tiempo. Los economistas de signo liberal se empeñaron en diagnosticar que la causa del problema era la rigidez, el reglamentismo feroz que impedía el ajuste vía mercado. Pero eso es cuanto menos discutible, pues el reglamentismo es una constante que ha estado presente antes y después de la crisis, cuando la economía era boyante y cuando es un desastre. Además, Japón es reglamentista, pero en algunas cosas nos aventajan: su mercado de trabajo es más flexible que los europeos, y prueba de ello es que el paro, tras una década de recesión, está en el 5,5%, y los salarios sólo han aumentado un 2,7% en esa década. No, el malestar profundo no tiene su origen ahí. Con esto no se pretende negar que hubiera ayudado, y mucho, más flexibilidad de mercados; en esto se equivocaron, de medio a medio, los que tomaron un enfoque keynesiano y decidieron que había que estimular la demanda vía gasto público (no bajando los impuestos, por supuesto). Lo que han conseguido es que uno de los países con mayor estabilidad fiscal haya caído en una deuda pública que alcanza un 170% de PIB ¡Enhorabuena al FMI, que fue el paladín de tal desastre! Todavía recuerdo su informe anual de 1998, o1999, pontificando que la política monetaria había llegado al límite y que lo que había que hacer era más obra pública... Tendría que haber historiadores que hicieran un recuento de todas las meteduras de gamba de tan prestigiosa institución.
 
Pero descalificar es más fácil que dar con el meollo. En mi opinión, los que más se acercaron fueron los monetaristas liberales (Friedman), que diagnosticaron que el problema era que la errónea reacción del Banco de Japón (BJ) a la caída de los activos había provocado una deflación de precios. En 1990, el BJ se empeñó en subir los tipos de interés, y así lo hicieron hasta situarlo en el 8,5%. Con unos precios de activos y bienes decididos a caer, era la peor medicina. Cuando se dio cuenta, reaccionó y los bajó, pero con gran parsimonia, tardando 4 años en dejarlos en el 2,3%. En ese periodo, la bolsa siguió cayendo, pasando del máximo de 38,9 del Nikkei en 1989 a 19,7 en 1994. Por fin, en 1995, los tipos bajaron a 0,45%. ¿Era suficiente? Con la deflación ya arraigada, parece que no, y los tipos continuaron su caída hasta el 0,0% actual... lo cual parece ser también insuficiente, a juzgar por algunos datos: Japón tiene la particularidad que, pese a que nos dicen que se está recuperando, el crédito al sector privado está cayendo desde hace años; los precios caen, y el gasto nominal de las familias también cae. El PIB nominal, en los 10 años últimos, sólo aumentó ¡un 2%! Dado que en ese tiempo el PIB real creció un 10,8%, hay que suponer que el deflactor cayó un 8,8%. Como decía Friedman, una deflación como la de 1929 pero en pequeñito. La deflación genera una reacción perversa pero natural: si la gente cree que el precio del coche, frigorífico, o bien de equipo que quiere comprar va a bajar, no tiene prisa; incluso le entran unas ganas enormes de esperar... cuanto más mejor. Otro efecto perverso, es que redistribuye la riqueza a favor de los acreedores y contra los deudores; si bien muchos acreedores no recuperarán nunca su préstamo. Y esto es lo que ha pasado en la banca, que de repente se encontró con unos activos imposibles de recuperar, pues los activos colaterales habían caído estruendosamente; por ello, mientras el BJ aumentaba en 10 años la base monetaria un 99%, la oferta monetaria lo hacía un 22%, indicio que hay un cortocircuito bancario que impide que los esfuerzos emisores del BJ no se transformen en circulación efectiva. Pero, este esfuerzo, ¿es suficiente? Según apuntaba Friedman, no, pues lo que debería hacer el BJ con decisión es comprar en firme los títulos públicos en circulación e inundar el mercado de liquidez, hasta que poco a poco levantaran el vuelo los precios. Pero los datos del BJ no indican eso; indican que, en 10 años, ha aumentado sus tenencias de deuda del 12% al 23% del PIB nominal, mientras que la deuda pública, como dijimos, ha alcanzado el 170% de PIB. En otras palabras, la deuda en manos del público ha aumentado hasta un 147% de PIB, lo que no deja de ser un peso enorme en los mercados financieros; los tipos de interés bajos no sirven como indicador de facilidad financiera.
 
En resumen, Japón parece estar inmerso en un marasmo de tipo financiero; pero, llegados a este punto, es pertinente preguntarse por qué no se producen grandes disturbios sociales: es como si la población se hubiera instalado cómodamente en el malestar... No es difícil ver que pasará algún tiempo antes de que se absorban estos problemas.

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