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Cristina Losada

Un extremo no se toca

La misma duplicidad funciona ante los movimientos extremistas de derechas y de izquierdas. Los primeros se reputan peligrosos, de los segundos ni se habla ni se escribe

España un día se acostó monárquica y al siguiente se levantó republicana. Poco después, la republicana se despertó como franquista, no sin revolución y contrarrevolución de por medio. Tardó la franquista en desperezarse como demócrata, pero lo hizo con convicción. Y ahora asistimos al siguiente amanecer, éste bien tardío, que es el de la España antifranquista. Tales metamorfosis colectivas han tenido su equivalencia en los individuos, algunos de los cuales las vivieron en sus carnes, como nos han venido a recordar una canción de Víctor Manuel y un artículo de Haro Tecglen.
 
Qué injusticia que los que fueron franquistas o falangistas no puedan hoy hablar sin rubor, si es que a hablar de ello se atreven, de esos pecados juveniles. Mientras que los que fueron, fuimos, comunistas o anarquistas, no hacemos nada por ocultarlo. Es más, algunos siguen orgullosos de haber participado de ideologías cuyos frutos son bien conocidos: servidumbre, miseria y muertos que se cuentan por millones. Pero la doble moral pervive y todo el horror hacia los crímenes del nazismo, se vuelve indiferencia o comprensión hacia los del comunismo. Ante unos se llora y frente a otros se ríe, como dice Martin Amis.
 
La misma duplicidad funciona ante los movimientos extremistas de derechas y de izquierdas. Los primeros se reputan peligrosos, de los segundos ni se habla ni se escribe. Unas personas con el brazo en alto ante las estatuas de Franco son paseadas por los telediarios para abonar la especie socialista de que asistimos a un repunte de la extrema derecha. Se analiza el caldo de cultivo de los ultras y se advierte de la amenaza. Viendo lo que ha pasado en Europa, no conviene despreocuparse. Allí donde gobernaron socialistas, la extrema derecha creció. Fuera por deliberada maniobra, como en Francia, o como resultado de sus deletéreas políticas.
 
Pero, ¿y la extrema izquierda? Aquí ha estado y está en los parlamentos. En el vasco ha tenido su nido el brazo político de una banda terrorista, pasaron años hasta que fue ilegalizado, y aún así, no se le echó. El actual gobierno se apoya en los comunistas y en la Esquerra, que no figuran en la zona templada del arco. ZP llegó a vanagloriarse de tener a los primeros por compis de viaje ante la Asamblea francesa. Y no pasa nada. Como no pasó cuando en los últimos años, grupos radicales se dedicaron a los asaltos y otras violencias nada verbales.
 
Y, sin embargo, hay motivo para inquietarse. Los grupos de extrema izquierda se están convirtiendo en receptáculos para los partidarios del terrorismo islamista, que es el nuevo culto de los anticapitalistas o antiamericanos radicales. Casos de connivencia con terroristas islámicos han aparecido en la izquierda americana y europea. Y ahora, en la española, y no ya en grupúsculos marginales, sino en el propio PSOE. En la Cumbre de Madrid contra el Terrorismo se le coló como experto un ideólogo de la Yihad y en el partido, un terrorista implicado en el 11-M. El apoyo a lacausa palestina, que prestan asociaciones como la del socialista Huarte, hace vulnerables a estas infiltraciones a todos los partidos de izquierda. Pero este peligro no altera las prioridades del PSOE. Ese extremo no se toca. Sólo el otro. Supongo que estará en busca y captura aquella rubia con ropa de firma en aparente crisis de histeria. Era una que no había posado para Vogue.

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