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Ignacio Cosidó

Europa tira la toalla

Siendo inquietante nuestro distanciamiento de Estados Unidos, no es lo más grave. Al final, la economía euroatlántica tiene tal grado de interdependencia que sólo gracias al crecimiento de Estados Unidos podemos los europeos evitar una verdadera recesión

Suele decirse que Europa es un gigante económico pero un enano político. Paradójicamente, en un momento en que la Unión Europea hace esfuerzos por convertirse en un actor estratégico más cohesionado y activo en el mundo, existe el riesgo de que pierda el liderazgo que ya tenía como motor del desarrollo y el comercio mundial. La cumbre celebrada esta semana por los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión ha supuesto de hecho una renuncia expresa a ese ambicioso objetivo de convertir a Europa en la economía más dinámica del mundo.
 
En las últimas tres décadas la renta per capita de Estados Unidos se ha situado en torno a un tercio por encima de la media de los ciudadanos europeos. Pero por primera vez en treinta años, esa diferencia tiende a aumentar. Así, mientras que el crecimiento anual medio en los últimos diez años alcanzó el 3,3 por ciento en EEUU, en la UE se limitó al 1,9 por ciento. Esta diferencia hace, por ejemplo, que Estados Unidos haya creado en este periodo tres veces más empleos que la Unión Europea. La previsión es que en los próximos años el PIB estadounidense acelere aún más su crecimiento, hasta el 3,6 por ciento, mientras que Europa frene el suyo al 1,7 por ciento.
 
Siendo inquietante nuestro distanciamiento de Estados Unidos, no es lo más grave. Al final, la economía euroatlántica tiene tal grado de interdependencia que sólo gracias al crecimiento de Estados Unidos podemos los europeos evitar una verdadera recesión. El problema nos lo plantea Asía. China y la India, los dos gigantes de este continente, crecen a un ritmo próximo al 9 por ciento. Ese crecimiento explosivo sí constituye un riesgo para Europa porque es imposible competir con economías en las que los sistemas de protección social son prácticamente inexistentes. La diferencia de los costes de producción hace que los productos europeos no solo no puedan competir con ellos en los mercados internacionales, sino que ni siquiera puedan hacerlo ya en sus propios mercados nacionales. Así, más de la cuarta parte de las importaciones europeas provienen ya de China, país con el que acumulamos un creciente déficit comercial.
 
Ante esta situación, el mensaje que nos llega de Bruselas es que tiramos la toalla. El Consejo Europeo de esta semana no sólo ha rebajado la ambición de la Agenda de Lisboa del año 2000, en la voluntad expresada de convertir a Europa en el área de crecimiento económico más importante del mundo, sino que ha renunciado incluso a mantener una estrategia común. Europa ha emitido así un S.O.S de “sálvese quién pueda”, es decir, que cada país afronte las reformas de la forma y al ritmo que le parezca conveniente. En un momento en que tratamos de ratificar una Constitución que pretende impulsar un mayor grado de unidad política, este mensaje de renacionalización de las políticas económicas no puede ser más contraproducente.
 
Pero no solo se limita la ambición y se estira el pelotón, sino que se toman dos decisiones que van justo en dirección contraria de donde se encuentra la meta. La primera es la renuncia a la disciplina presupuestaria. Al margen de la trampa que supone que los grandes que impusieron la norma la cambien cuando a ellos les interesa, la decisión tendrá efectos muy perniciosos para el conjunto de la economía del área euro. Mayores déficit públicos provocaran, por un lado, mayor necesidad de financiación y por tanto mayores tipos de interés y, por otro, mayores tensiones inflacionistas y por tanto nuevas subidas de tipos. Un dinero más caro retraerá la inversión y moderará el consumo. En una sociedad tan endeudada como la española los efectos de un aumento de las cuotas mensuales de las hipotecas puede ser nefasta para las economías familiares.
 
La segunda decisión ha sido aparcar la directiva de la Comisión para la creación de un mercado interior de servicios. Este sector representa cerca del 70 por ciento del PIB europeo y es por tanto un factor decisivo para aumentar la competitividad de nuestra economía, el verdadero cáncer económico de la Unión. La presión combinada de sindicatos, partidos de izquierda y Francia, que se encuentra en plena refriega política por el referéndum sobre el Tratado constitucional europeo, han tumbado la propuesta de la Comisión. Todo esto significa que no sólo no avanzamos, sino que retrocedemos respecto a lo planteado en la Agenda del año 2000.
 
Las implicaciones para España de las decisiones de este último Consejo son especialmente negativas. En primer lugar, porque delegar en un Gobierno dominado por radicales de izquierda, como IU y ERC, la agenda de la política económica es conducirnos a un fracaso seguro. Segundo, porque Zapatero tiene ahora más margen para vaciar aún más rápido la caja que heredó de los austeros gobiernos del PP. Finalmente, porque pensar, como hace ZP, que Alemania y Francia nos tratará mejor en la negociación del escenario financiero 2007-2013 por claudicar a sus intereses, es como creer que un taller nos arreglará mejor el conche si le pagamos con algunos meses de adelanto.      

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