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Porfirio Cristaldo Ayala

¿Quién manda en la economía?

Las apariencias engañan, como explica el economista Ludwig von Mises, los empresarios no son los soberanos. Para evitar pérdidas, deben obedecer sin cuestionamientos las órdenes del consumidor

En América Latina los gobiernos a menudo acceden a los pedidos de protección y privilegios de los empresarios que obstaculizan la competencia debido a que todavía impera el viejo sistema mercantilista y porque se cree que en la economía mandan los productores. Si ellos son los que deciden qué, cómo, cuánto producir es porque la economía depende de ellos, se piensa. Esto explica desde el subsidio de los gobiernos a los productores buscando impulsar el crecimiento hasta la aversión de los intelectuales y grupos de izquierda hacia los empresarios.
 
Pero la realidad es diferente. En la economía de mercado manda el consumidor. La economía se beneficia si el gobierno defiende a los consumidores, garantizando la libre competencia, en lugar de aprobar leyes hechas a medida de los empresarios. Toda restricción a la libre competencia está siempre en contra del interés de la mayoría de la población.
 
Los empresarios controlan la producción y dirigen la actividad económica, contratan y despiden empleados, pagan salarios, adquieren materias primas, determinan los procesos industriales y utilizan capital. Están al mando y parecen manejar a su capricho la economía. No es así. Las apariencias engañan, como explica el economista Ludwig von Mises, los empresarios no son los soberanos. Para evitar pérdidas, deben obedecer sin cuestionamientos las órdenes del consumidor.
 
¿Cómo hace el consumidor para dirigir la economía? ¿Cómo ordena la producción? El consumidor indica al productor qué, cómo, cuánto y cuándo producir, con su decisión de comprar o no comprar los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Mediante ese sencillo pero eficaz mecanismo, en forma casi milagrosa, los consumidores dirigen el funcionamiento de la economía, ordenando todo el esfuerzo productivo del sector empresarial, sin necesidad de que el gobierno interfiera en el mercado o realice planificación alguna. La gente duerme plácidamente sin preocuparse de que al día siguiente pudieran faltar alimentos porque saben que durante la noche nuestra ciudad será aprovisionada de las mil y una necesidades.
 
Las compras de los consumidores y su resistencia a comprar, enseña Mises, hacen ricos a los pobres y pobres a los ricos, determinando quiénes manejan las fábricas, las haciendas y las empresas. Ellos disponen qué cosas debe producirse, en qué cantidad y de qué calidad. Los salarios de los trabajadores son decididos, no por los empresarios, sino por los consumidores. Desde el salario del presidente de la firma hasta el salario del obrero es pagado en última instancia por los consumidores. Los bienes con mayor demanda aseguran mayores salarios y utilidades más altas.
 
Es absurdo por ende acusar a los empresarios de encarecer artificialmente los precios, de producir bienes de baja calidad o de explotar a sus trabajadores. Grandes y pequeñas empresas desaparecen todos los días como resultado de un cambio en la moda o en el gusto de los consumidores. Mises enseña que los consumidores son implacables, caprichosos, impredecibles y cambian de vendedores sin avisar a nadie, si se les ofrece algo mejor, más novedoso o barato.
 
Los empresarios responden a los deseos de los consumidores como se observa en el mercado a través de la demanda de bienes y servicios. Los bienes con mayor demanda suben de precio, indicando la necesidad de aumentar su producción y creando el incentivo para que los empresarios lo hagan. Cuanto mayor es la demanda, más altos son los precios y mayores las utilidades de los productores. Los empresarios tratan de anticipar los deseos de los consumidores. Si lo predicen correctamente, obtienen ganancias con la provisión de los bienes, caso contrario, sufren pérdidas y pueden quebrar.
 
Las políticas del gobierno que protegen a las empresas de la competencia destruyen la libertad económica, obstaculizan el mercado y frenan el crecimiento. El proteccionismo obliga a los consumidores a comprar de empresas de las que normalmente no comprarían y los subsidios a productores ineficientes promueven productos que nadie quiere. La economía trae prosperidad a todos solamente si se respeta la propiedad, se eliminan los privilegios a los empresarios y se garantiza la libre competencia.

En Libre Mercado

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