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Carlos Semprún Maura

¡Erdogan, presidente!

Ya sabíamos que tras la máscara de la “cultura” se esconden a menudo monstruos (véase Carmen Calvo) y se confirma, una vez más, que lapidar, mutilar, esclavizar a las mujeres constituye la santa tradición y el más noble derecho de los machos

En el mismo momento en que Erdogan recibía, en Bruselas, las carantoñas de los responsables europeos con vistas a la apertura de negociaciones para la adhesión de Turquía a la UE, se celebraba en Ankara una enésima cumbre islámica, que condenaba tajantemente a la UE. ¿Motivo de la ira islámica? Pues, es bien sencillo, en una de sus declaraciones de buenos sentimientos, cuyo único objetivo es facilitar la digestión de sus responsables, la UE, había declarado que la lapidación de las mujeres no estaba nada bien. Esa, como otras cumbres islámicas, se enfureció contra ese intolerable ataque a una “tradición cultural y a los derechos del hombre.
 
Ya sabíamos que tras la máscara de la “cultura” se esconden a menudo monstruos (véase Carmen Calvo) y se confirma, una vez más, que lapidar, mutilar, esclavizar a las mujeres constituye la santa tradición y el más noble derecho de los machos para la gran civilización genuinamente musulmana. Lo digo porque esa declaración de Ankara ha sido casi totalmente ocultada, sin duda para permitir la próxima presidencia europea de Erdogan, pero también porque esta cuestión de la adhesión de Turquía a la UE, está, pese a los discursos oficiales, en el centro de la campaña sobre la Constitución. El rechazo a esa adhesión nutre el “no”. 53%, 55%, 54%, de “noes”, constituyen los resultados de los tres últimos sondeos. No es suficiente. No lo es, teniendo en cuenta la masiva e intolerante campaña político mediática a favor del “sí”, que se va a acrecentar, y que puede impresionar a algunos, tanto que repiten que el triunfo del “no” sería un cataclismo, y, por si las moscas, en el último momento se refugien en la abstención. O sucumban al reflejo “mendocista”. Eduardo Mendoza, en una de sus columnitas del lunes en El País, nos explicaba que no le gustaba la Constitución y nada la Europa tal y como se presenta, y, sin embargo, votó “sí” para quedar bien. Votar contra su conciencia y libre albedrío a eso yo lo califico de borreguismo. De izquierdas, en este caso. En las próximas semanas, y hasta el 29 de mayo, fecha del referéndum, vamos a asistir a dos fenómenos paralelos: un incremento de la demagogia a favor del “sí”, y un aumento de las reivindicaciones. Ya que, según la versión oficial, el “no” se basa también en el descontento creciente ante la política “antisocial” del actual gobierno. Éste se dispone a soltar prenda en todos los terrenos, los sindicatos lo saben, y aprovecharán esta coyuntura favorable para reivindicar, manifestar, declarar huelgas, etcétera.
 
Francia sigue estancada en un callejón sin salida: las reformas de corte liberal son imprescindibles para el desarrollo económico y social, pero como todos, mayoría y oposición, sindicatos y partidos, extrema derecha e izquierda extrema, se han pasado decenios despotricando contra el liberalismo, neo o ultra, muchos franceses se han convencido de que el liberalismo significa lo peor de lo peor: más paro, menos salarios, abandono de la Seguridad Social, liquidación de los servicios públicos, quema de hospitales, etcétera y basta que se afirme que la Constitución es “liberal”, para que embistan. Los partidarios del “sí”, claro, afirman que no lo es, que es muy “social”. Tendremos semanas agitadas, y me temo que este batiburrillo termine por favorecer la abstención, una vez más.

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