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Víctor Gago

El cielo prometido

La solución de CC para suprimir el monopolio de Aena consiste en crear un monopolio local. Para acabar con la centralización de Aena, nada mejor que producir nuestra propia burocracia vertical

La primera vez que Coalición Canaria pidió la gestión autonómica de los aeropuertos fue en 1998. Lorenzo Olarte, antiguo colaborador de Suárez y ex presidente de Aviaco convertido al nacionalismo subtropical, quería “una AENA canaria” (sic) facultada no sólo para gestionar el sistema isleño de aeropuertos, sino también para regular el tráfico aéreo. Clareaba el Cielo Único Europeo y los nacionalistas de mano tendida –con la palma siempre hacia arriba– estaban todavía en la desamortización del espacio aéreo.
 
El cielo de los canarios sería una atracción más del parque temático del intervencionismo en que CC ha convertido esta región, cuyo acervo de libertad económica se remonta a los Fueros de los Reyes Católicos. El argumento más socorrido era, y sigue siendo, mezclar la causa de la competencia con la causa del proteccionismo. Se trata de una de las variantes del oxímoron victimista en el que descuella como nadie el nacionalismo.
 
La solución de CC para suprimir el monopolio de Aena consiste en crear un monopolio local. Para acabar con la centralización de Aena, nada mejor que producir nuestra propia burocracia vertical. Contra la ineficacia de un único regulador estatal, avancemos hacia la incompetencia y el caos de diecisiete sistemas aéreos y aeroportuarios autonómicos. La libertad se invoca en nombre del intervencionismo y el intervencionismo se justifica en que traerá más libertad.
 
La tímida intentona del Gobierno del PP, en 2000, por privatizar total o parcialmente la gestión de los aeropuertos recibió la ducha habitual de demagogia por parte del nacionalismo. Adán Martín, hoy presidente autonómico, se oponía a la gestión indirecta simplemente porque sus adjudicatarios podrían no ser, qué escándalo, empresas canarias.
 
La demanda nacionalista de las competencias sobre el sistema aéreo y aeroportuario nada tiene que ver con la satisfacción de los usuarios. Estos no reclaman –que uno sepa– que el servicio que reciben sea prestado por empresas catalanas o canarias, sino que sea un buen servicio. No preguntan por la identidad del administrador del aeropuerto, sino si su avión saldrá con puntualidad y de forma segura. No están interesados en el RH de la terminal, sino en poder comprar en ella lo que necesitan, a buen precio y en confianza. No necesitan que el aeropuerto sea una reserva espiritual, sino un proveedor eficaz de frecuencias, conexiones y todo tipo de servicios para sus demandas de movilidad.
 
Heathrow, Gatwick, Luton, Lieja o Roma son aeropuertos gestionados por empresas privadas; y en la gestión de los de Viena, Frankfurt, Zurich, Copenhague o Bruselas participan conjuntamente empresas privadas y entes públicos. Ambos modelos funcionan, cuando el centro del sistema es la satisfacción del cliente y el único interés del Gobierno es en la libertad del contribuyente.
 
Francia, España y Portugal presentan sistemas centralizados o tendentes, como en el caso de Francia, a cierto grado de descentralización. No es el futuro, aunque es un hecho que sigue siendo el presente en la mayoría de aeropuertos europeos.
 
Pero lo que, sin duda, no es el presente, y mucho menos será el futuro de los aeropuertos bajo el Cielo Único Europeo, es el cielo de ERC o de CC prometido por Zapatero. En ese paraíso intervencionista, el único cliente satisfecho será siempre el cliente del poder nacionalista.

En España

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