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Amando de Miguel

Variaciones Cámelot

Ya he dicho que me abstengo de recoger aquí los emilios que simplemente sirven como desahogo o para insultarme. No obstante, a veces puede ser útil algún ejemplar de ese género de la contumelia, tan español. Por ejemplo, José Manuel Jiménez, que se autotitula “pobre profesor de Filosofía” y que “se avergüenza de que un sociólogo de su talla se dedique a decir gilipolleces”. Una de ellas es por lo visto mi afirmación de que “el verbo hechar no existe en castellano”. Ante la cual, comenta don José Manuel: “¡Qué nivel intelectual el suyo!”. Lo que verdaderamente le molesta a don José Manuel es la “locuacidad” y la “facilidad de palabra” que demuestro en las tertulias de la COPE para apoyar mis “inmoralidades, falacias, sofismas y argumentos conscientemente falsos”. Supongo que don José Manuel tiene algún problema gordo, quizá un déficit de cariño, que trata de ocultar. De otra forma no se explica esa necesidad de insultarme. Por otra parte, si tanto le molesta lo que digo, ¿por qué sigue escuchándome o leyéndome? Es un misterio. Al final me hace una petición razonable, que le explique por qué llamo “libertaria a una persona ultraconservadora”. La verdad es que es un uso festivo, irónico, el que hago aquí cuando llamo “libertarios digitales” a los lectores o visitantes de LD. Pero no me parece que sean personas ultraconservadoras. Sin ironías, libertarias son las personas que postulan la libertad más completa, como, por ejemplo, los anarquistas o ácratas. Es un término en desuso. En inglés libertarian acarrea un sentido de oponerse a la intromisión del Estado desde el punto de vista de los derechos civiles. Por la misma razón irónica podríamos llamar a estos corresponsales “libertinos digitales”. No hay ningún ánimo de ofender y sí de jugar.
 
Recibo una cascada de emilios con el mismo argumento. Vienen a decir: “En la escuela nos dijeron que Santo Tomás, Santo Toribio, Santo Tomé se enuncian así para que nos e confundan con San Más, San Ribio, etc. Lo mismo Santo Domingo respecto a San Mingo”. Por ejemplo, así razona Luis Martín Jadraque (Madrid). Otra versión escolar es la regla fija de “los santos masculinos se dicen San, excepto cuando empiezan por To o Do, como Santo Tomás, Santo Toribio, Santo Tomé y Santo Domingo”. Así opina, por ejemplo, Juan Alberto Alonso. No me cuadran esas reglas. La prueba es que hay más excepciones: San Torcuato, San Tobías, San Torpetes, San Domiciano, San Donaciano, San Donato, San Doroteo, San Dositeo. No encuentro ninguna explicación convincente para los santos masculinos que llevan “santo” en lugar de “san”.
 
Marta Seisdedos Domínguez quiere saber si los nombres propios familiares acabados en el sonido “i” se escriben con “i” o con “y”: Mari o Mary, Pili o Pily. En principio, tendrían que ir con “i”, pero la cercanía a otros idiomas nos ha hecho pasar a la versión de la “y”, sobre todo en Mary. No sé qué forma es la correcta; quizá las dos.
 
Leovigildo Martínez Anaya (Almería) se queja, con razón, de que le haya cambiado el apellido por Arroyo. Fue una pura errata. No piense que seguí en esto la recomendación que me hizo una vez Camilo José Cela: “Cuando quieras ridiculizar a alguien, pronuncia mal su apellido”. Al parecer, el de Iria Flavia practicaba ese truco con notable contento por su parte. Ya se sabe, el nombre hace a la cosa y no digamos a la persona.
 
Daniel Decker (Colonia, Alemania) me pide bibliografía sobre tacos e insultos. Es abrumadora. Solo avanzo algunos textos esenciales que pueden interesar a otras muchas personas. Apunten. Juan de Dios Luque y otros, Diccionario del insulto (Península), Ib., El arte del insulto (Península). Camilo José Cela, Diccionario secreto (Alianza Alfaguara). Jaime Martín, Diccionario de expresiones malsonantes del español (Istmo). Pancracio Celdrán, Inventario general de insultos, (Ediciones del Prado). Mi tesis sobre el particular: el insulto bien formado amortigua la violencia.
 
Benjamín Blamari (Barcelona) comenta la frase “meterse en un jardín” (un sitio confuso y complicado). Aduce que en alemán está Irrgarten (= jardín para perderse, laberinto). Ya es curiosa esa semejanza de ideas: jardines donde uno se pierde. En mi opinión, la etimología más probable de jardín es el griego jortus (= corral) y el latín cors (= cortijo, corral, corte). Hay quien piensa que se deriva del hebreo iahar (= selva), lo que nos llevaría mejor a la frase del principio. Tampoco debe descartarse que en el lenguaje de germanía un jardín es el puesto o parada de un mercader.
 
Antonio Salinas (Universidad de Murcia) da otra explicación a lo de “meterse en un jardín”. En el lenguaje marinero, el jardín es la letrina. Por tanto, “meterse en un jardín bien pudiera tener el significado de ponerse en una situación de la cual se va a salir manchado, apestado o ambas cosas”. Interesante.
 
José María Iribarren, enEl porqué de los dichos, asegura que “meterse en un jardín” es una expresión de la jerga teatral. Los cómicos la emplean para indicar que no se han aprendido bien el papel y no saben salir del apuro. El jardín pudiera ser el clásico decorado de algunas obras dramáticas.

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