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EDITORIAL

Una Humanidad agradecida

Aunque bien está su disposición de acompañar al Rey a los funerales, no deja de ser lamentable que el presidente de Gobierno español haya sido uno de los escasos dirigentes de Europa y de todo el mundo que no se haya dirigido todavía a sus compatriotas

Desde todos los rincones del planeta, millones de personas se han movilizado para honrar a Juan Pablo II nada más tener noticia de su fallecimiento y antes incluso de que la Curia y las autoridades italianas le rindieran su primer homenaje.
 
Si como Sucesor de Pedro, Juan Pablo II era para centenares de millones de católicos, el representante de Cristo en la Tierra, también ejercía de líder espiritual para buena parte del resto de la humanidad.
 
La personalidad de este Papa entrañable y compasivo, su firmeza para denunciar el pecado y acoger al pecador, su capacidad para solidarizarse con los problemas del hombre y del mundo, su compromiso más que fructífero y transformador con la libertad del hombre, sus propios sufrimientos, acogidos como parte de la sede en que ha ejercido su supremo magisterio, han hecho de él un testigo insuperable de lo humano y un ejemplo de espiritualidad, tanto para los católicos como para buena parte de los que no lo son.
 
Si el cardenal Sodano ya se ha referido al Papa difunto como “Juan Pablo II el Grande”, dando así relieve a lo ejemplar de su pontificado como sucesor de Pedro, dirigentes de todo el mundo, tanto políticos como religiosos, han dado muestras de su admiración, respeto y gratitud.
 
La madrileña plaza de Colón, lugar de la emotiva despedida del Papa a España en su última visita a nuestro país, se convirtió el sábado por la noche en un espontáneo centro de reunión de miles de personas nada más conocerse la noticia del fallecimiento. Este cariño que los españoles han ofrecido al Santo Padre, tanto en vida como en la hora de su muerte, contrasta con la cicatera expresión de luto manifestada por nuestros representantes políticos. Aunque bien está la disposición del presidente del Gobierno de acompañar al Rey a los funerales, no deja de ser lamentable que sólo se haya decretado un día oficial de luto y que José Luis Rodríguez Zapatero haya sido uno de los escasos dirigentes de Europa y de todo el mundo que no se haya dirigido todavía a sus compatriotas para hacer una valoración de quien ha sido el indiscutible líder espiritual de la inmensa mayoría de los españoles. ¿Es eso mucho pedir a su acreditado laicismo?

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