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Carlos Semprún Maura

Frankenstein a la vista

a cada propuesta tímidamente liberal se le añaden 25 cerrojos que la anulan prácticamente y va a ser necesaria la formación de un Tribunal constitucional permanente, para decir si el presidente de la UE tiene o no derecho de freír espárragos

Dejando de lado, por ahora, la aritmética de los “noes” y los “síes”, comentaré brevemente alguna idea que en torno a la Constitución se expresa estos días. Estas ideas o barrabasadas tienen su importancia porque si Europa no es, ni ha sido, ni probablemente será nuestra patria común, si es en cambio un espacio común cuyo destino nos interesa a todos. Bien sabido es que en Francia –como en otros países–, se está desarrollando una virulenta polémica en torno a los “servicios públicos” con motivo, entre otros, de la directiva “Bolkestein-Frankenstein”. Limitándome a Francia, la defensa de su modelo, nutre el “no”, y los partidarios del “sí” no declaran que ese “modelo” debe reformarse sino todo lo contrario, que la Constitución le reforzará. Una de las ideas centrales de la argumentación es que los “servicios públicos” son, como su nombre indica, servicios que se rinden al público, y que, por lo tanto, escapan a las leyes mercantiles y no buscan ni deben buscar rentabilidad ni beneficio.
 
Que los trotskistas, los estalinistas, los Verdes, y muchos socialburócratas defienden tales aquelarres no es de extrañar, pero que nadie diga que están defendiendo sandeces, resulta más inquietante. Casi me da vergüenza tener que recordar perogrulladas como que los dichosos servicios públicos (transporte, Sanidad, Correos, enseñanza, etcétera) cuestan dinero, en algunos casos fortunas que hay que pagar. Que la construcción y renovación de aviones, trenes, hospitales, colegios y Facultades, la introducción de las tecnologías modernas en todos esos sectores no son gratuitas, y si no pagan los usuarios, ¿quién lo hace? Todos a una, los papanatas responden: el Estado. Esa entidad tan misteriosa como bondadosa, tan todopoderosa como angelical, tan concreta como abstracta, que saca infinitos recursos de vete a saber qué limbos. Pues no, en este sentido, el estado son los contribuyentes, y si el estado francés fue el primer patrón, fue un mal patrón, y sus empresas como sus servicios fueron deficitarios y los contribuyentes debían sufragar las perdidas.
 
Y así van las cosas en Francia. Considerar como una gran victoria del “humanismo social” que el usuario no pague, o pague poco, porque es el conjunto de los contribuyentes el que paga todo o parte de tu billete de tren, pongamos, constituye una de las muchas estafas de andar por casa (europea). Evidentemente, muchas empresas estatales actúan sin tener en cuenta estos delirios intentando rentabilizar su gestión y hasta obtener beneficios, menudo escándalo. En los trescientos y pico artículos sobre cuestiones socioeconómicas incluidas en este mamotreto, a la vez Constitución, programa común electoral, catalogo de suspiros y rosario de buenas (malas) intenciones, las cosas no están nada claras. Porque a cada propuesta tímidamente liberal se le añaden 25 cerrojos que la anulan prácticamente y va a ser necesaria la formación de un Tribunal constitucional permanente, para decir si el presidente de la UE tiene o no derecho de freír espárragos.
 
En lo tocante a temas indígenas, señalaré que la policía, por orden del ministro François Fillon, está desalojando los liceos,okupadospor los estudiantes, reunidos en asambleas permanentes que discuten el sexo de los ángeles. ¿Será éste motivo de grandes manifestaciones del pueblo-unido-jamás-será-vencido, contra el gobierno ultraliberal?

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