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Amando de Miguel

Cataluña profunda

hay algunas semejanzas estéticas entre los socios del tripartito y el nazismo, como el gusto por las camisas oscuras o la verborrea. Pero sobre todo en ambos casos se trata de una mezcla desgraciada de nacionalismo y de socialismo

Eduard Font (Barcelona) me llena de misivas más o menos punzantes, por decirlo de forma suave. No sé por qué se toma tanto trabajo en leerme si, como es notorio, mis escritos le crean urticaria mental. Ahora me dice: “Lo suyo es de pena, don Amando. Me gusta como filólogo. Me decepciona como escritor, sobre todo cuando escribe de política”. La verdad es que no soy filólogo. Como escritor, dudo de que don Eduard haya leído la mitad de mi obra. Me achaca don Eduard que traiga yo a colación la frase (un poco irónica) de César Vidal, quien tilda de “nacionalsocialismo” al actual Gobierno de Cataluña. Sigue don Eduard: “¡Qué pena que alguna frase ingeniosa [como la de César Vidal] ni siquiera sea suya! Y pregunto: ¿qué tendrá que ver el actual [Gobierno] tripartito con el nacionalsocialismo? En el Parlament tenemos a un bocazas, que además es President, pero nunca ha sido ni será un Hitler. Hasta ahí podíamos llegar”. En eso último tiene razón don Eduard. Maragall está muy lejos de alcanzar la notoriedad de un Hitler. No obstante, hay algunas semejanzas estéticas entre los socios del tripartito y el nazismo, como el gusto por las camisas oscuras o la verborrea. Pero sobre todo en ambos casos se trata de una mezcla desgraciada de nacionalismo y de socialismo, más de lo primero que de lo segundo. Concluye don Eduard con una escatológica contumelia: “Lo cierto es que usted enmierda todo cuanto toca a Catalunya, don Amando”. Qué manía la de los nacionalsocialistas catalanes de creer que, si criticamos al Gobierno catalán, nos defecamos en Cataluña, absurda acción que nunca se me ha pasado por la cabeza ni por el culo. Mire, don Eduard, he sido catalán durante diez años y me siento muy satisfecho y orgulloso de esa media ciudadanía. Lea, por favor, el capítulo de mi libro El final del franquismo (Marcial Pons), dedicado a Barcelona. El cuadro que tengo frente a la cama es un dibujo de la Plaza Real de Barcelona, un lugar lleno de intensísimos recuerdos y afectos. No creo que don Eduard pueda sentir tanto cariño, tanta nostalgia, por una parte de Castilla como yo siento por ese rincón de Cataluña. Me refiero sobre todo al paisaje humano. He conocido catalanes egregios y catalanes miserables.
 
Otro comentario con la misma vena, el de Pau Aguilar García: “¿Entonces Bono también es nacionalsocialista? Qué asco de manipulación, ustedes no son periodistas, son ratas”. Recuerdo a don Pau que la comparación afrentosa con animales nocivos es típica de la retórica nazi. Por lo demás, Bono no me parece nacionalista, ni siquiera socialista. Lo suyo es más general y más liviano: el oportunismo, la acomodación. Inteligente es el manchego.
 
Albert Gomez me pregunta “en qué estudio se basa o fundamenta” mi afirmación de que “los nacionalismos suelen ser irredentistas”. Es algo evidente que no necesita de ninguna investigación especial. La palabra irredentismo (doctrina que justifica la anexión de un territorio a la nación principal) va asociada al nacionalismo. Hay mil ejemplos: Marruecos (Sahara, Ceuta, Melilla), Alemania nazi (Austria, Sudetes), País Vasco (Navarra, País Vascofrancés, Castro Urdiales, Miranda de Ebro), Cataluña (Rosellón, Baleares, Valencia). La idea es mantener a los nacionales con la suficiente tensión que resulta de esas pretensiones de constituir “una gran nación”.
 
Juan Manuel de los Ríos Sánchez, músico, comenta la dificultad que supone, en el acto de contratar a un profesional, la inhibición a hablar de los honorarios. Me cuenta lo que le sucedió recientemente en Madrid al contratar sus servicios. La señora que le llamó, después de algunos rodeos, le espetó: ¿Y qué lleva usted?”. El hombre creyó que la señora se refería al repertorio, pero era una alusión a cuánto iba a cobrar el músico por su trabajo. Confirmo esa impresión de la resistencia a hablar de honorarios, de dinero, en las negociaciones para un trabajo. Recuerdo la pregunta que hacía el periodista Emilio Romero en esas ocasiones: “¿Cómo voy asistido?”. Ante la pregunta sobre los honorarios, de una conferencia o acto similar, algunas personas contestan extrañadas: “Nosotros no tenemos por costumbre pagar nada”. Reconozco que, durante mi larga estadía en Barcelona, esa operación se me facilitó mucho. Recuerdo con emoción una conferencia en una asociación de vecinos de un barrio de Barcelona. El tipo de entidad me hizo creer que la conferencia iba a ser gratis. Alguna vez hay que hacer esas cosas. Terminada la charla, los asistentes desarrollaron el rito usual. Consistía en pasar una gorra en la que cada uno iba depositando las monedas que creía oportuno. El presidente recogió la gorra y me dijo: “Esto es para usted. Para que vea que nosotros valoramos la cultura”. Emocionante.

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