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José García Domínguez

Nunc dimittis

somos cruelmente injustos, olvidando la esforzada labor de aquellos pioneros sin los cuales ninguna de las realidades que hoy se nos antojan normales serían imaginables

Errará por optimista y demostrará un profundo desconocimiento de la Historia de España quien crea que nuestra era del Despotismo iletrado comenzó con el espich de Rodríguez en la cuna de Molière y Racine. ¡No, qué va! La cosa viene de mucho más atrás; de hecho, si hubiésemos de señalar un instante germinal, el punto de inflexión a partir del que ya quedó claro que todo estaba perdido, habríamos de remontarnos hasta 1982. Fue durante los primeros días de gobierno de González, cuando colocó de ministro de Agricultura a un cuate suyo que decía apellidarse Romero. El tal Romero, que se nos apareció con un currículum donde aseguraba haber cursado peritajes varios sobre asuntos hortofrutícolas en La Sorbona, sería el primero en soltarse. “Depuis, depuis”, espetaba invariablemente aquel presunto Romero a los plumillas franceses que osaran interrumpir sus reconcentradas cavilaciones en torno a cierto contencioso de lechugas y rábanos que nos enfrentaba con esos hijos de Robespierre. A él, y sólo a él, pues, cupo el honor de ser el estandarte de la nueva época. Porque depuis de lo del compañero Romero, llegaría el diluvio. Y ahora, el pobre Rodríguez no es más que la modestísima última gota, incapaz de desbordar un vaso de lágrimas de risa con el que se llenarían siete mares.
 
Que sí, que llueve sobre mojado; que todos gozamos mucho con la erudita –Calvo, claro– que ha alunizado en el ministerio de Cultura para limpiar de anglicanismos el idioma de Cervantes. Mas, al tiempo, somos cruelmente injustos, olvidando la esforzada labor de aquellos pioneros sin los cuales ninguna de las realidades que hoy se nos antojan normales serían imaginables. Porque la memoria es un gran cementerio y no somos capaces de encontrar la tumba donde inhumamos las enseñanzas de un antecesor suyo, Jordi Solé Tura, el André Marlaux del PSC. Que por aquel catedrático de Derecho Constitucional tuvimos la primera noticia de que La Bastilla “estaba llena de presos políticos” al ser asaltada por la chusma parisina en 1789. Egoístas y desagradecidos, asimismo enterramos en el fondo de la Caja de Pandora del Olvido el nobelable “no debemos hipotizar un futurible”, creación cumbre del propio Felipe González. Ni ya nadie recuerda el propósito de demolir barreras a la educación que anunciara el ínclito Maravall, padre de la LOGSE. ¡Hay que jodirse! como gritó el maestro Capmany entonces, cuando toda la progresía sabía latín, y el Guerra y el Tierno manejaban la tercera declinación con más soltura que Suetonio.
 
Pero, en realidad, este artículo iba a ir de las facultades de Periodismo y de las portadas de la Prensa, ayer. Vaya, que lo había empezado pensando inmortalizar las olímpicas glosas delNunc dimittis de los que cobramos un sueldo por escribir en los papeles. Aunque, bien pensado, para qué.

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