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Víctor Llano

Las ruinas de la patria

Las ruinas de la patria están seguras. Son los cien mil presos cubanos. No sirven ni como moneda de cambio. Nadie ofrece nada por ellos.

Al menos ahora conocemos lo que sufren los presos de conciencia en las penitenciarías castristas. Decenas de ellos lograron abandonar Cuba después de que la tiranía los utilizara como presos convertibles y traficara con su sufrimiento para –como muy bien dice José María Aznar– engañar a “muchos voluntarios dispuestos a dejarse tomar el pelo por Castro”. Hoy puede permitirse el lujo de excarcelar cada pocos meses a algún que otro pacífico activista de derechos humanos; sin embargo, lo que jamás consentirá es que la Alta Comisionada de la ONU entre en los doscientos infiernos en los que se pudren los que no han sabido sobrevivir a tanto logro robolucionario.
 
No obstante, ahora sabemos más de lo que supimos antes. Gracias a la Comisión Cubana de Derechos Humanos conocemos que por fin algo se mueve en las prisiones cubanas. En menos de 20 días se han amotinado miles de presos en el más grande de los penales castristas. Según Elizardo Sánchez, “varias veintenas de reclusos resultaron heridos o intoxicados por gases, algunos de ellos gravemente en la prisión Combinado del Este”. A juicio de Elizardo, “estas protestas han tenido lugar debido a las condiciones infrahumanas de internamiento que caracterizan al sistema carcelario cubano, la pésima alimentación, insuficiente atención médica y la extrema severidad de las cárceles”.
 
José Luis Rodríguez Zapatero tal vez no lo sepa, pero la inmensa mayoría de los presos cubanos son negros desafectos a una robolución que sólo ha podido ofrecerles hambre, tortura y muerte. Son cerca de 100.000. Nadie hace nada por ellos. Algunos europeos bien intencionados se esfuerzan inútilmente año tras año en que se condene a Castro en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por perseguir a lo que llaman disidencia, pero rara vez se detienen en lo que soportan los miles de olvidados en las cárceles castristas. Los que más han disentido en Cuba son las decenas de miles de presos comunes. No son periodistas ni poetas ni políticos, son hombres y mujeres que jamás se conformaron con ser como el Che.
 
De nada les va a servir que se apruebe o no en Ginebra una siempre tímida resolución contra su verdugo. Lo único que pueden hacer es sublevarse como han hecho en Combinado del Este. Todos los meses mueren decenas de ellos en prisión. Los que sobreviven lo logran sólo porque han aprendido a soportar lo insoportable. Sin embargo, las buenas gentes del mundo miran para otro sitio y el Gobierno español y el Rey de España se abrazan a sus carceleros jefes y sonríen complacidos a los que ordenan que se torture por matar una vaca, por robar una medicina, por no delatar a un amigo o por intentar escapar de la Isla-cárcel.
 
Nunca nos cansaremos de recordarlo. En 1958, cuando gobernaba en Cuba un dictador bananero –tan corrupto como cobarde– y con una población de 5.500.000 habitantes, no llegaban a 4.000 los presos cubanos encarcelados en 14 prisiones. Hoy son 100.000. Y los penales pasaron de 14 a más de 200. Es éste el único logro de la tiranía. Tiene razón Carlos Franqui, “si el Quijote anda por Cuba, no es por las esferas oficiales, que nunca frecuentó, y sí por las cárceles sufridas, repletas hoy en la isla de personajes quijotescos presos por su amor a la libertad”. Por no poder no pueden ni leer estos magníficos versos de Raúl Rivero: “Las ruinas de la patria están seguras. Tranquilos compañeros. Ya nos vamos”. Es cierto. Las ruinas de la patria están seguras. Son los cien mil presos cubanos. No sirven ni como moneda de cambio. Nadie ofrece nada por ellos.

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