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Ricardo Medina Macías

Bajos y parejos

además de parejos los impuestos deben ser bajos. Es algo que se aplica también a los aranceles al comercio: si han de existir, si son una especie de mal necesario, que introduzcan el menor sesgo posible en la economía

Desde cualquier ángulo, los impuestos de tasa única tienen más ventajas que los complicados sistemas de impuestos "progresivos" con varios tramos diferenciados. En esto los países de Europa del Este y Rusia han dado el ejemplo.
 
La edición del 14 de abril de The Economist contiene un documentado reportaje sobre los "flat taxes" – impuestos de tasa única o, literalmente, impuestos "planos" – que han adoptado en los últimos años varios países de Europa del Este y Rusia. La novedad es que han funcionado en términos de recaudación y hasta de crecimiento económico, con calificaciones desde "bien" hasta "excelente".
 
No todos los "flat taxes" son iguales. En algunos casos ni siquiera son sinónimo de tasas bajas, como sucede en Lituania, donde la tasa única de 33 por ciento es a todas luces muy elevada. La virtud, en todo caso, es que son impuestos "parejos" de muy fácil administración que abaten, tanto para el fisco como para los contribuyentes, los elevados costos característicos de los complicados sistemas de tasas diferenciadas, plagados de reglas casuísticas de interpretación discrecional, redacción infame y orígenes, en ocasiones, surrealistas.
 
Pero, como sostuve insistentemente en mis columnas en 2003, además de parejos los impuestos deben ser bajos. Es algo que se aplica también a los aranceles al comercio: si han de existir, si son una especie de mal necesario, que introduzcan el menor sesgo posible en la economía.
 
De los nueve países que menciona el informe el que ha aplicado la reforma más atractiva es, a mi juicio, Eslovaquia en 2004, con una tasa única de impuesto, tanto sobre la renta como sobre el consumo, de 19 por ciento. La revista británica ironiza que esto –la misma tasa para IRPF que para IVA– más parece un asunto de elegante simetría que de lógica económica. Sin embargo, párrafos adelante admite que es la mejor fórmula para evitar cualquier caso de "arbitraje" entre impuestos. Es decir que es lo más cercano a la fórmula perfecta que no desaliente la productividad y que no premie determinadas actividades en detrimento de otras.
 
Hace un par de años propuse abiertamente que la fórmula mexicana podría ser tan audaz como 15-15, es decir una tasa única de 15 por ciento tanto para IRPF como para IVA. Como complemento propuse el otorgamiento de un bono fiscal de aproximadamente un salario mínimo mensual, que quien lo deseara podría acreditar directamente contra el pago de impuestos o recibirlo (por ejemplo, vía monedero electrónico o tarjeta de débito bancario) para usarlo como mejor le pareciese en la economía formal, y la desaparición radical de excepciones, exenciones, tratos o tasas especiales.
 
Fue este último punto, la absoluta desaparición de privilegios (así sean de esos privilegios emotivos que llenan de lágrimas los ojos de algunos demagogos), el que más objeciones despertó en dos segmentos bien identificados: especialistas fiscales y algunos legisladores, que obviamente obtienen rentas de este complicado sistema tributario que nos cuesta mucho a todos los demás.

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