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José García Domínguez

Ciegos contra tuertos

Han logrado posponer la secesión durante una generación, estigmatizando la lengua de los que, de otro modo, ya tendrían ganados para su causa

Es cualquier cosa menos una paradoja. La izquierda catalana toda viene desfilando desde el primero de mayo bajo una única gran pancarta; ésa enorme que exige asimetrizar a su gente de “los de fuera”. Es su único punto programático, la seña de identidad irrenunciable del tripartito. Porque, la de la desigualdad, ya es la única bandera ante la que ceden cuadrarse los socialistas en Barcelona.
 
Es cualquier cosa menos una paradoja. Joaquín Estefanía echa una firmita en El País, celebrando la defensa de la “dignidad de los impuestos” que lleva a cabo el compañero Méndez, “ya que son el justo precio de una sociedad responsable, deseosa de conservar una cohesión social que forma parte del progreso”. Y al cabo de un rato, esa noche, podría escribir los versos más tristes. Porque bajo el cielo infinito de Las Ramblas, la edición catalana de su diario recoge la estampa de un José(p) María Álvare(s), el ex asturiano que pastorea la UGT catalana, oficiando de maestro de ceremonias del “Colectivo para la corrección del Déficit Fiscal de Cataluña con el Estado español”.
 
Es cualquier cosa menos una paradoja. Si sólo dependiese de la ceguera incurable de las elites políticas, mediáticas y culturales de Madrid, la independencia formal de Cataluña ya sería un hecho a estas horas. Y si aún no lo es, únicamente cabe agradecérselo al estigmatismo crónico de las elites políticas, mediáticas y culturales que tienen enfrente, las de Barcelona. Ocurre que no hay aforismo más complaciente con la verdad que ése que sentencia que uno siempre acaba por parecerse a su peor enemigo. Así, se antojaba imposible un revival de la torpeza cósmica del general Franco en Cataluña: ganar una guerra en el campo de batalla para perderla después en los patios de los colegios; su argucia para conseguir tamaña hazaña sería simple a fuer de estulta: victimizar el idioma común de vencedores y vencidos. Parecía difícil que aquella necedad creara escuela. Mas el empeño no era inviable. Y ahí están los independentistas para demostrarlo. Han logrado posponer la secesión durante una generación, estigmatizando la lengua de los que, de otro modo, ya tendrían ganados para su causa. Sí, también recurren a idéntico hemisferio del cerebro que el de Ferrol cuando se trata de lidiar con las demás gramáticas peninsulares.
 
Es cualquier cosa menos una paradoja. Las dos primeras generaciones de la inmigración de los sesenta, han admitido de grado abdicar de la condición política de ciudadanos. Son tres millones. Y no llegan a media docena los agraciados de entre ellos que representan en elParlamentel vistoso número del procurador saharaui del turbante y la chilaba, tan caro a las Cortes franquistas. Naturalmente, ni uno forma parte del Govern. Ni ahora ni nunca. Y lo aceptan felices; sus nietos, también: votan ERC. No es una paradoja. Es un drama, el de la lenta, silenciosa, indolora, oscura e imparable eutanasia de España. La crónica de nuestra muerte anunciada.

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