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EDITORIAL

Carod desafina de nuevo

bien mirado y teniendo en cuenta sus protagonistas, el viaje que el presidente de la Generalidad y el del líder de ERC han realizado por Israel y Jordania no podía terminar de otra manera

Ya lo apuntaba ayer Juan Carlos Girauta desde estas mismas páginas. “No creo que exista ningún otro ejemplo de líderes políticos que, en viaje oficial, ofendan simultáneamente a su país de origen y a su país de destino. Son únicos.” Únicos para hacer el ridículo y para ponerse en evidencia en nuestro nombre y a nuestra costa. Aunque, bien mirado y teniendo en cuenta sus protagonistas, el viaje que el presidente de la Generalidad y el del líder de ERC han realizado por Israel y Jordania no podía terminar de otra manera.
 
Dejando a un lado lo ociosos e innecesarios que son los viajes al extranjero con los que se agasajan los presidentes autonómicos habida cuenta que las Autonomías carecen de transferencias en materia exterior, es de una gravedad extrema que esas giras se conviertan en motivo de escándalo y oprobio para la patria común de todos. Si Pascual Maragall, Esperanza Aguirre, Jaume Matas, Francisco Camps o Juan José Ibarretxe salen al extranjero en visita oficial, no deben olvidar que no lo hacen a título personal sino como representantes del Estado, es decir, de España. Y esto es así aunque a alguno de ellos le pese. Es normal, por lo tanto, que más allá de nuestras fronteras dispensen a las autoridades autonómicas un trato especial como representantes que son de un país llamado España que se ha dotado de 17 autonomías cuyos parlamentos son elegidos por los ciudadanos.
 
El incidente de Israel, con Carod negándose a asistir a un acto porque no estaba la bandera autonómica, es simplemente la consecuencia directa de que nuestro embajador en Tel Aviv, -que, por cierto, es catalán-, no se ha encargado de recordar al líder republicano que en sus viajes oficiales representa a España. Si en nuestras legaciones tuviesen bien claro este particular se evitarían sucesos tan desagradables como este. Pero como toda provocación es poca para el que, hace poco más de un año, inauguró a destiempo la negociación con los etarras, a un insulto le ha sumado otro posando con una corona de espinas mientras se desternillaba de risa. Es probable que para Carod el símbolo que encarna el sufrimiento padecido por Jesucristo durante su Pasión carezca de significado. Sin embargo, para millones de católicos si que lo tiene y es imaginable la repulsa que les habrá causado semejante chanza.           
 
El tripartito catalán, que gobernar, lo que se dice gobernar, no ha gobernado demasiado. Y ahí está como muestra la sequía legislativa que padece el principado desde que la coalición de izquierdas llegase al poder a finales de 2003. Por el contrario, espectáculo indecoroso y, a ratos, indecente se ha hartado de dar a lo largo del último año y medio. Es la naturaleza de una alianza cuyo objetivo principal pasa más por dar la nota en Madrid que por preocuparse de gestionar el gobierno autónomo catalán, cosa que, aunque no lo parezca, es su trabajo. Desde que quedó constituido el gabinete Maragall no ha habido mes en que la pareja que manda y dispone en Cataluña no haya regalado preciosos titulares a la prensa ruborizando de paso a los miles de catalanes de bien que padecen el desgobierno nacionalista. Lo peor, sin embargo, no es que Cataluña se encuentre gobernada por políticos como Maragall o Carod, dados al estrambote y a la fanfarria, lo peor es que sean precisamente ellos dos los garantes de la gobernabilidad en el resto de España. Y de esto, ellos no son los responsables.

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