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Moratinos no tiene quien le comprenda

Moratinos tiene dificultades para convencer a sus colegas continentales de que hay que ser comprensivos con Castro, aunque él no piense serlo con nosotros

Hay vicios privados que tienen difícil generalización. La izquierda europea tiene muchas cosas en común y es relevante hasta qué punto ha convergido hacia una cultura política única, a pesar de venir de países e historias diferentes. Pero entre lo que todavía es específico, privativo de unos pocos, está el encontrar placer en ser burlados por Fidel Castro.
 
Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores alemán y dirigente carismático de una nueva izquierda europea, nacida entre los adoquines del 68 francés y las protestas contra el despliegue de los misiles Cruise y Pershing, ha reconocido públicamente, tras una entrevista con Moratinos, que el comportamiento de Castro es inaceptable y que tendrá consecuencias sobre la política de la Unión. A Fischer las tropelías de Castro le atraen tan poco como a nosotros.
 
Fischer puede ser un pacifista, alguien dispuesto a ceder ante Irán, pero no acaba de entender por qué hay que consentir a un déspota caribeño que viole sistemáticamente los derechos humanos de la población cubana y que, además, se permita la licencia de expulsar cuando le viene en gana a parlamentarios y periodistas europeos. Para el ministro alemán esos parlamentarios representan a la ciudadanía de la Unión y, como tales, merecen respeto y tienen derecho a viajar por el mundo y asistir a cuantos actos consideren conveniente. Para él, como para tantos otros, Castro nos ha humillado a todos maltratando a unos pocos y en ese hecho ni él ni nosotros encontramos ningún extraño placer.
 
Para Fischer no hay nada atractivo en una dictadura comunista, por muy versión caribeña que sea. Ni le parece seductor el descaro con el que Castro desprecia las presiones internacionales para que abra paso a la democracia. Se sospecha que incluso no considera a los exilados cubanos en Estados Unidos deleznables gusanos, sino personas dotadas de dignidad que aspiran legítimamente a que su país sea una democracia.
 
Moratinos tiene dificultades para convencer a sus colegas continentales de que hay que ser comprensivos con Castro, aunque él no piense serlo con nosotros; que es mejor mantener una línea oficial de comunicación, aunque el Dictador no mueva ficha en favor de la democracia; que hay que postergar a la oposición, aunque representen el sentimiento democrático cubano y acumulen sacrificios y humillaciones.
 
Y es que Castro bien vale incomprensiones y denuncias. Nadie como él representa todo lo que se quiso ser...

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