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Cristina Losada

El doble juego

Ambos juegos, el de ETA y el gobierno, conducen de facto a alimentar el deseo de una componenda y las esperanzas en su éxito, aunque toda la experiencia acumulada induce a no tenerlas

El último atentado de ETA, esta vez contra el aeropuerto de Zaragoza, ha vuelto a poner de manifiesto la cuando menos curiosa esquizofrenia del gobierno ante la banda terrorista. En otras palabras, el juego del poli bueno y del poli malo al que se están entregando también en asunto tan serio como la política antiterrorista. De un lado, Interior reafirma la determinación de perseguir policialmente a los etarras. Del otro, el presidente mantiene sus apelaciones al diálogo con la banda, con matices diversos, dependiendo de la temperatura de la opinión, y calla, y no sé si otorga, cuando los portavoces de aquella se engallan.
 
El gobierno no levanta el acoso policial, pero renuncia al acoso político que constituía la segunda y tardía pero fundamental pata de la lucha contra el terrorismo, al tiempo que critica y desplaza a las víctimas que no aplauden su guión. Pero no es sólo en la actitud del gobierno que hay duplicidad. También se da ese fenómeno en la ETA y sus auxiliares: unos ponen bombas, otros dan órdenes al gobierno, y otros, finalmente, hablan de paz, diálogo y soluciones al “conflicto”.
 
La pública oferta de negociación de ZP a los terroristas ha sido respondida con una serie de atentados. Era de “manual”, como escribió aquí Juan Carlos Girauta. Ese es el modo en que un grupo terrorista refuerza su posición, mostrando que puede hacer daño cuando se lo propone. Pero también, y esto es aun más grave, es la forma en que se presiona a la opinión pública para que dé su plácet a la tentadora propuesta de los polis buenos: lleguemos a un “arreglo” y tengamos la fiesta en paz. El chantaje de siempre, pero suavizado por la retórica dialogante que ahora sirven de aderezo.
 
Un editorial del martes pasado del Wall Street Journal, preguntaba para qué había hecho ZP “una propuesta injustificada y prematura a un grupo terrorista activo pero considerablemente debilitado”. Caben varias respuestas a la pregunta, pero caben pocas dudas sobre el efecto que la mano tendida de ZP a la ETA puede tener, si no ha tenido ya, en la opinión. Ese efecto se llama crear expectativas. Consiste en hacer creer que el fin de la ETA, ya que no habla de derrota, es ahora “posible” y saldrá “barato”. Coadyuva a que aparezca un clima favorable a sentarse y hablar, como Carod-Rovira en Perpiñán, con los de las pistolas y las bombas.
 
Ambos juegos, el de ETA y el gobierno, conducen de facto a alimentar el deseo de una componenda y las esperanzas en su éxito, aunque toda la experiencia acumulada induce a no tenerlas. Y ahí está una posible respuesta a la pregunta del Journal: sólo si existen previamente esas expectativas podrá la sociedad tragar cesiones de otro modo indigeribles.

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