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EDITORIAL

Esta es la tregua de la ETA

Decir que el Gobierno mantiene su oferta si “hay voluntad” de dejar las armas, tal y como aseguró el presidente del Gobierno el miércoles en el Senado, es regalar un argumento precioso a los terroristas para que prosigan su escalada a placer

Por enésima vez la banda terrorista ETA ha mostrado con los hechos cuál es su idea de negociación. Las dos granadas de ayer en el aeropuerto de Zaragoza son un adelanto más, un anticipo a cuenta, de la oferta de diálogo que, irresponsablemente, Zapatero les ha lanzado sin que los asesinos siquiera lo esperasen. Hemos dicho en ocasiones anteriores que alentar expectativas a los terroristas sólo puede derivar en que éstos se fortalezcan. No hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que los asesinos, si ven que el Gobierno va a prestar oídos a sus demandas, eleven el listón lo máximo posible para encarar en buenas condiciones las conversaciones que se vienen anunciando desde hace tiempo.
 
De nada sirve que De la Vega o Zapatero se rasguen las vestiduras cada vez que la ETA hace lo único que sabe hacer. Decir que el Gobierno mantiene su oferta si “hay voluntad” de dejar las armas, tal y como aseguró el presidente del Gobierno el miércoles en el Senado, es regalar un argumento precioso a los terroristas para que prosigan su escalada a placer. Y así está sucediendo. Los atentados sin víctimas se suceden desde hace meses en una incómoda letanía que presagia lo peor, y lo peor ya no tendrá arreglo. La ETA no tiene ni ha tenido nunca voluntad de dejar de matar hasta la consecución de su meta última, la secesión del País Vasco y la posterior anexión de Navarra. El crimen es connatural a la misma banda desde que, hace más de 40 años, decidiesen que la lucha armada, es decir, el secuestro, el robo y el asesinato a mansalva, era el cimiento sobre el que se edificaría una inexistente nación vasca que dicen estar liberando. Cualquier tipo de negociación pasa irremediablemente por ahí. No hay otro camino. O se aceptan sus postulados o siguen matando. Lo repetimos, no hay negociación posible.
 
Ese almibarado diálogo con el que Otegi y demás batasunos se llenan la boca consiste, esencialmente, en acordar los tiempos en que se consigue el objetivo máximo por el cual los etarras han estado matando durante cuatro décadas. Ningún Gobierno; ni este, ni el anterior, ni el que venga después, está en posición de satisfacer la demanda de la ETA. Simplemente no puede porque la Ley se lo impide y si, llegado el caso, el Ejecutivo quisiese cambiar esa Ley, se encontraría con que una mayoría aplastante de vascos se niegan a rendirse a los dictados de una banda de fanáticos cuyo plan es un delirio nacional-socialista. Así las cosas, al Gobierno sólo le quedan dos vías. La de la inacción, que es la que ha tomado, y que conduce a que el problema se enquiste eternamente. O la de la firmeza, que es la que escogió el gabinete de Aznar tras la tregua-trampa de 1998, y que ha rendido fabulosos resultados dejando a la banda más debilitada que nunca y muy cerca de la derrota sin paliativos.
 
Zapatero puede seguir jugando a pacificador mientras hace equilibrios en el alambre con unos asesinos, pero no ha de olvidar que un presidente de Gobierno no puede permitirse el lujo de confundir los deseos con la realidad, porque al final las fantasías del Gobernante las paga toda la Nación. El camino que ha escogido Zapatero, embarcándonos a todos en él, ha sido por desgracia el de inhibirse ante la amenaza y tender la mano a quien no entiende más negociación que imponer sus criterios. Por las buenas, o por las malas.

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