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Juan Carlos Girauta

La pregunta 36

La pregunta número 36 es clave: “¿Por qué, cómo y por quién fueron convocadas las manifestaciones producidas a la misma hora en todas las sedes del PP el 13 de marzo?” ¿Otra vez?

Dice Pilar Manjón que dice el juez del Olmo que el autor intelectual del 11-M es Abú Dahdah. Nada que ver con el dadaísmo, ni con Tristan Tzara y las máquinas inútiles. Aquí las máquinas son teléfonos móviles liberados en la tienda de un policía nacional de origen sirio, máquinas tan útiles, tan útiles, que derrocaron al gobierno de los cinco millones de puestos de trabajo, que ya es derrocar. Pero Dahdah está incomunicado desde el 2001. ¿Cuándo planeó la masacre?
 
Las revelaciones de El Mundo, único investigador real de los atentados, no son buenas para el corazón, provocan taquicardia. Se están acumulando indicios de lo impensable, pistas de lo inconcebible. Combínense con la ordenación lógica que ha hecho el Partido Popular en forma de 63 incógnitas. La pregunta número 36 es clave: “¿Por qué, cómo y por quién fueron convocadas las manifestaciones producidas a la misma hora en todas las sedes del PP el 13 de marzo?” ¿Otra vez? Ese un tema viejo, protestará algún lector. No lo es. La pregunta retumbará para siempre en los oídos de cuantos participaron, colaboraron, fomentaron, consintieron o callaron. Lo tienen claro si creen que se va a olvidar.
 
Es esencial comprender el vil aprovechamiento de los atentados por parte del frente del silogismo diabólico: eran islamistas, ergo vengaban lo de Irak. Dejando aparte que, si Dahdah es el autor intelectual, los planes sólo pueden ser anteriores a la guerra de Irak, ¿qué es exactamente “lo de Irak”? Que unos centenares de soldados profesionales fueron enviados por Aznar en misión de paz, una vez concluida la ocupación, en labores de reconstrucción. Ninguna diferencia con la presencia en Afganistán, que extrañamente aprueban los zetapés. Vale, reconocerán, pues se vengaba la foto de las Azores.
 
Pero hoy es evidente que Aznar apostaba por quien más convenía a España: ese “trío de las Azores”, al que la prensa española en pleno desahució, estaba formado por dos dirigentes que repitieron mandato –uno de ellos el hombre más poderoso del mundo- y otro que había decidido retirarse voluntariamente del poder. A Aznar no lo batieron. Como era un trío de cuatro, Barroso ascendió a las cumbres comunitarias. Vaya un desahucio.
 
Contra el trío de las Azores se formó el trío de los azares: por azar (¿o no?) ganó Zapatero las elecciones y se unió a Chirac y Schroeder; iban a ser los campeones del europeísmo, barrera a la americanización, contrapeso a la Casa Blanca, bálsamo del Islam, gracias a la Constitución Europea. Hoy el trío de los azares de ha desinflado a la misma velocidad que la estafa de Giscard, el francés y el alemán están de retirada. Zapatero apostó al caballo perdedor.
 
Por cierto, no consigo recordar las protestas de ZP como diputado socialista cuando González envió a Irak, a combatir, a jóvenes españoles que hacían la mili. Porque, antes de Aznar, en España había mili obligatoria. Si es que estamos todos fatal de memoria.

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