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Amando de Miguel

A vueltas con el inglés

Eduardo Barrachina se lamenta de que la voz dieta, por influencia del inglés, haya pasado a ser “sinónimo de cocina o comida”. Es el caso de la famosa “dieta mediterránea”. A mi modo de ver, no es un sentido que choque demasiado, sobre todo porque ya la dieta significaba cosas distintas. Fundamentalmente, tres:
 
(1) En su origen griego, la diaita era la prescripción que hacía el médico de un régimen de vida, no solo de comidas. La definición del diccionario de Barcia es muy ilustrativo: “El régimen que se manda observar a los enfermos o convalecientes en el comer o beber; por lo regular, poco”. Así, se dijo que “más cura la dieta que la lanceta” (= bisturí). Hoy decimos “estar a dieta” con esa idea de comer poco como una actitud preventiva para no enfermar o no engordar.
 
(2) En la jerga forense, la dieta era una medida de la distancia que se podía recorrer razonablemente para presentarse ante un tribunal. Equivalía a unos 50 kilómetros. Servía para calcular el dinero que se había de pagar por el lucro cesante de los que tenían que trasladarse de lugar para acudir a los tribunales. El módulo aceptable era de tres dietas o jornadas. Todavía en las costumbres universitarias se conserva el hábito de pagar tres dietas a los profesores que tienen que trasladarse de ciudad para la lectura de una tesis doctoral o actos similares. Aunque el viaje se realice en el día, el módulo de los tres días sirve para compensar lo magro que es el pago de esos honorarios.
 
(3) En los países germánicos la Dieta es tanto como el Parlamento. En principio, parece que viene de Tag (= día), pero, a su vez, tag quizá proceda de dies indicta (= fecha señalada o solemne), también de la jerga procesal.
 
Así pues, no me parece que sea un barbarismo lo de “dieta mediterránea”. Desde luego, está en el DRAE, aunque la definición propuesta es poco precisa. Por ejemplo, no incluye el pescado o la fruta.
 
Ya de puestos, don Eduardo comenta algunas otras extravagancias provenientes del inglés mal traducido. Una es reportar en el sentido de “rendir cuentas”. A mi parecer, es algo más que “rendir cuentas”. Lo veo mejor como “informar”. Normalmente es por razón del cargo: el inferior reporta al superior. En latín reportare equivale a traer y llevar una respuesta. Así pues, el sentido inglés no resulta tan bárbaro como parece.
 
Otro barbarismo que molesta a don Eduardo es lo de firma (= firm en inglés) como equivalente de despacho o bufete de abogados. Pero esas dos palabras son galicismos, aunque ya integrados en el castellano, seguramente a través del catalán. En cambio, firma procede del latín firmare (= afirmar, corroborar, probar, ratificar). No me parece una mala asociación para el trabajo que hacen los abogados.
 
Todavía irrita a don Eduardo otro anglicismo: to apply, cuya traducción “horrorosa” es la de aplicar (= solicitar). Me va a llamar pesado don Eduardo, pero nuevamente estamos ante una voz inglesa que procede del latín. Applicare es tanto como acercar una cosa a otra. Eso es lo que hacemos cuando “echamos una instancia” o solicitamos algo formalmente por cualquier otro procedimiento. Desengáñese, don Eduardo el inglés actual es una lengua romance, y que me perdone don Guillermo, el de Avon.
 
Lo de los acrónimos humorísticos en inglés da para mucho. José Ignacio Sánchez Ruiz (Gaithersburg, Maryland, Estados Unidos) añade SNAFU (= Situation Normal, All Fucked Up, es decir, “sin novedad, todos jodidos”). Lo decían los soldados americanos en la II Guerra Mundial, los cuales pasaron a ser snafus.
 
Ya de puestos, don José Ignacio, aporta algunas divertidas expresiones del Spanglish. Por ejemplo, vacunar la carpeta (= “limpiar con aspiradora la moqueta”). La troca es la “camioneta” (= pick up truck). Frisar o frosar es “congelar”. Y así.
 
J. A. Martínez Pons me envía un reportico sobre el programa de mano del concierto conmemorativo de los 40 años de la orquesta de RTVE. Al referirse a la mezzo americana Jennifer Larmor “se dice que su actuación en las Olimpiadas de Atlanta fue seguido por ¡un billón de personas!”. Tiene razón mi comunicante. Un billón de personas equivale a un millón de millones. Es mucho más, pero mucho más, que el conjunto de habitantes en toda la Historia de la humanidad. En el Valle de Josafat seremos algunos menos. Actualmente, el censo terráqueo es poco más de seis mil millones. Lo que pasa es que los países anglófonos a esa cantidad la designan como “six billions”.
 
No es que esté yo obsesionado, sino que los libertarios digitales vuelven una y otra vez sobre el taco inglésfuck. Raúl Sibeud (San Lorenzo de El Escorial, Madrid) sostiene que en los Estados Unidos la “gente decente” se refiere a la palabreja como “the F word” (= la palabra que empieza por F). Entiendo que esa equivalencia no deja de ser un ñoñismo, como cuando nosotros decimos “jeringar, jorobar, chingar, jolines, jopelines”, entre otras. Don Raúl insiste en que el hecho de evitar las palabras malsonantes “no es mojigatería, se lo aseguro, es solo buena educación”. Mi idea es que es algo más que buena educación. Las malas palabras se emiten en unos contextos y no en otros para reforzar la identidad del grupo, para dar rotundidad a los argumentos de uno. Hay más funciones positivas. Si no fuera así, no existirían palabras gruesas o groseras. Lo curioso es que, al generalizarse su uso, pierden el sentido de trasgresión y por tanto se quedan solo en vulgaridades.

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