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Lucrecio

Un casi palpable viento de locura

en ningún país de Europa que yo conozca (dejo al margen la cosa de Putin y otros despojos del estalinismo), un Fiscal General que formulara semejante violación de las garantías constitucionales duraría en su cargo más de diez minutos

No, no son los años GAL. El Gobierno socialista no ha acumulado crímenes como lo hiciera el de entonces. Todavía. Pero algo, al cabo de no mucho más de un año de ser aupado Rodríguez al poder por los islamistas, algo muy desasosegante, hace que a uno le venga a la cabeza lo más turbio de los años González, aquel tiempo de ignominia, que quedará como una de las más hondas caídas en la historia política de la España contemporánea.
 
Y es que hay como un palpable viento de locura. Que ni siquiera sorprende, en apariencia, a nadie. Que toma formas de normalidad enferma. Que abre, ante quien no se engañe, la certidumbre de haber llegado al borde del abismo. Mientras todos sonríen.
 
Lo que ayer declaraba el Fiscal General, Conde Pumpido, que “vociferar” contra un ministro es un delito, no admite comparación, desde luego, con lo que Barrionuevo, Vera y sus matarifes ejecutaron: secuestro, robo, desaparición, tortura, asesinato… Pero en ningún país de Europa que yo conozca (dejo al margen la cosa de Putin y otros despojos del estalinismo), un Fiscal General que formulara semejante violación de las garantías constitucionales duraría en su cargo más de diez minutos.
 
Y bien lo sé, no es lo mismo entrullar a unos pardillos del PP por darle cuatro voces a un ministro que despedazar a dos etarras secuestrados durante semanas en el Palacio donostiarra de la Cumbre, y luego sumergirlos en cal viva. Pero entre lo uno y lo otro no hay más que coherencia.
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