El poeta palmero Leocadio Ortega publicó en La Opinión de Tenerife el pasado jueves un artículo titulado “Vendedores de aire”. Parece moderado y políticamente correcto, pero de pronto proclama: “Así las cosas, los economistas neoliberales más audaces, la llamada escuela de Las Vegas, discípulos radicales de Von Havek [sic, escrito así, con “v” y no con “y”], postulan ya la privatización del aire. El neón de los casinos y la música excitante de las tragaperras estimulan mucho la imaginación. Y no hay hoy gente más soñadora en el mundo que la vanguardia del capital”.
Comprendo que sea tentador descalificar al adversario retratándolo como extremista; es un viejo y extendido truco. Pero no recuerdo que los economistas liberales o hayekianos hayan dedicado energías a reclamar la propiedad privada del aire. Lo que sí hicieron algunos destacados liberales, como Ronald Coase, es explicar los problemas de la contaminación del aire precisamente porque su apropiación privada enfrenta obvias dificultades. En cambio, lo que enfrenta menos dificultades es defender la propiedad privada de cosas como la tierra, el capital o el trabajo, cuando todos sus frutos están severamente subordinados al poder político. Por eso sí que batallamos muchos liberales.
Y el liberalismo, por fin, está lejos de ser “la vanguardia del capital”: los empresarios por regla general coinciden más con el pensamiento único intervencionista que con el liberalismo.
