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Porfirio Cristaldo Ayala

Repitiendo errores

Los políticos deben aprender de los errores, desechar el socialismo agrario y entender que la propiedad es la clave para la prosperidad

El problema con los políticos latinoamericanos es que muchos de ellos no tienen la menor idea de cómo funciona una sociedad pacífica y ordenada en el mundo globalizado, ni cuales son las causas del progreso de los pueblos. Pese al derrumbe del comunismo, no han aprendido que sin derechos de propiedad sólidos no hay inversiones y que sin inversiones no hay crecimiento ni prosperidad. Y no tienen interés en aprenderlo o son incapaces de hacerlo. Esta es la definición misma del subdesarrollo mental: repetir los mismos errores una y otra vez.
 
Entre las malas políticas que han condenado a muchos países latinoamericanos al atraso se destacan las llamadas reformas agrarias, con las cuales se reparten tierras sin conseguir mejorar un ápice la situación de los campesinos. Por el contrario, cada día los pequeños agricultores están más pobres y hambrientos. En el campo, la violencia que promueve la reforma agraria con las invasiones de tierras, destrucción de instalaciones, robo de animales y madera traen inseguridad y ahuyentan las inversiones, destruyendo fuentes de trabajo y empresas.
 
No obstante, muchos gobernantes y legisladores continúan insistiendo en reformas agrarias, expropiando, confiscando, alentando invasiones de propiedades y repartiendo tierras arbitrariamente, en total desprecio por los derechos de propiedad privada y los derechos individuales.
 
Los legisladores no saben que la solución al drama campesino está en crear derechos de propiedad, no en destruirlos. Al penalizar la venta, fomentan la corrupción y convierten a los campesinos en siervos que deben permanecer atados a la tierra, dependiendo para sobrevivir de la voluntad de políticos y caudillos, forajidos, narcotraficantes, ladrones de ganado y madera, policías y jueces corruptos. Ellos defienden el atraso y la servidumbre porque les aseguran una amplia clientela en épocas de elecciones.
 
Pero en tanto los campesinos no tengan los títulos de propiedad de sus tierras no habrá créditos, ni tecnología, ni progreso en el campo. Peor aún, no habrá ley. En el momento en que la propiedad sea reconocida y protegida por ley y los campesinos puedan disponer libremente de ellas, éstos comenzarán a respetar la ley.
 
La reforma agraria fracasó en todo. No mejoró la situación de los campesinos y no logró cambiar la distribución de la tierra. Los grandes terratenientes fueron expropiados y sus tierras pasaron a formar nuevas haciendas de políticos, militares y amigos. Esta es la razón por la que muchos legisladores promueven las invasiones y el reparto de tierras. Otros utilizan las invasiones para extorsionar a los propietarios. La concentración de la tierra, sin embargo, resultó ser otro engaño socialista. En la agricultura moderna, las grandes propiedades manejadas por empresas dan empleo y favorecen a millones de campesinos.
 
Pero el daño de la reforma agraria es más grave, dado que empuja a los campesinos a las carpas de la izquierda radical, donde se desarrollan, no las ciencias agrarias, sino la “conciencia revolucionaria y de clase”, y donde se rinde culto, no al trabajo y la honestidad, sino a las fracasadas ideas de Marx, Ho Chi Minh, Castro, el Che Guevara y Hugo Chávez. Los asentamientos de los “sin tierra” sirven de refugio a ladrones, secuestradores y todo tipo de delincuentes, debido a que en las “tierras liberadas” no ingresan las fuerzas policiales.
 
Los políticos deben aprender de los errores, desechar el socialismo agrario y entender que la propiedad es la clave para la prosperidad. Sólo los países que tienen derechos de propiedad claros, fácilmente transferibles y bien protegidos, así como leyes que favorecen el carácter emprendedor y reducen el riesgo asociado a la inversión, la innovación y la producción han logrado progresar, aprovechar eficientemente sus recursos y sacar a sus pueblos de la miseria.

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