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Amando de Miguel

El habla actual

El asunto del terrorismo significa también una gran confusión léxica. La presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo del 11-M [el atentado del 11 de marzo, 2004], Pilar Manjón declara que “el hermano de un asesinado no es víctima”. (De los periódicos, 7 de junio, 2005). Distingamos. Las víctimas del terrorismo son las personas que padecen algún daño por un atentado, bien por recibirlo personalmente o por padecerlo en el caso de algún familiar cercano. Pero las sorprendentes declaraciones de Pilar Manjón excluyen de esa relación de víctimas indirectas a los hermanos de las personas asesinadas. No quiero pensar que la señora Manjón ─cuyo hijo fue asesinado el 11-M─ tenga más hijos, en cuyo caso no serían víctimas del terrorismo. De la misma forma, María del Mar Blanco, Consuelo Ordóñez, Francisco Alcaraz y Mikel Buesa, entre otras personas menos notorias, no deberían considerarse víctimas del terrorismo. ¿Qué serían, entonces? ¿Deberían alejarse de las asociaciones en defensa de las víctimas del terrorismo por ser “solo” hermanos o hermanas de personas asesinadas? El asunto es sórdido. Más que los lingüistas, deberían intervenir los psiquiatras. De todas formas, no estaría mal que los académicos estudiaran la expresión “víctimas del terrorismo”. Mi impresión es que, en mucho casos, los amigos del asesinado o mutilado también son víctimas. Moralmente todos los compatriotas de una víctima directa lo son de forma indirecta.
 
Maite Larrañaga González está interesada en los términos metafóricos que se utilizan en el lenguaje del fútbol, por ejemplo, esférico o proyección. Son fácilmente comprensibles. Le recomiendo los libros de EFE, El idioma español en el deporte de Néstor Hernández Alonso y El lenguaje de las crónicas deportivas (Cátedra). La riqueza de las metáforas deportivas es apabullante.
 
Sobre el lenguaje de los aviones hay más lectores que se paran a observar. Eso está muy bien. Carlos Fernández Abad (Moralzarzal, Madrid) registra la extremada obsequiosidad de las azafatas. Pasan con el brebaje negro y espetan a los pasajeros, uno por uno: “¿Quiere café, por favor?” o “¿Más café, por favor?”. Don Carlos razona que el “por favor” no debe decirlo quien ofrece sino el que pide algo. Concluye que “el lenguaje de las líneas aéreas, además de cursi y pseudomoderno, es empalagoso y necio a fuerza de ser amable”. Algo hay de eso.
 
Jaime Morella me relata una anécdota, por él vivida, a propósito de la generalización del lenguaje antes tenido por obsceno. El suceso es el de una mujer joven que pasea con dos niños, seguramente sus hijos, de seis y ocho años respectivamente. En esto que una paloma se acerca volando y casi roza a la madre. Este fue el comentario de la madre dirigido a sus hijos: “Joder, si no me agacho, esta puta paloma me ostia”. Quede para las antologías. Lo de ostiar, sin hache, es un invento mío.
 
Javier (25 años de edad) comenta la expresión “a costillas de Fulano” que ha oído en una serie de televisión. En su opinión tendría que ser “a costa de Fulano” (con su ayuda o esfuerzo). Eso me parece a mí. Aunque también es verdad que “llevar a costa” o “a costillas” (= al hombro) vienen a ser equivalentes. Se queja don Javier ─a pesar de ser joven─ de la grosería imperante en las películas y programas de televisión. Comparto su sentimiento. Estamos en la apoteosis de lo chabacano.
 
Sobre la falsa expresión “el muerto al hoyo y el vivo al pollo” (en lugar de “bollo”), Andreas Constans me comunica que en Cuba el “bollo” es tanto como el “coño” en España. Por tanto, “quizá el presidente del Congreso de los Diputados ha escuchado el dicho de boca de algún cubano”; por eso dice “pollo” y no “bollo”. Me parece una maldad, pero está bien traída.

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