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Amando de Miguel

Ensalada de verano

María Fondevila tiene curiosidad por saber si voy a estar también en la COPE durante el mes de agosto. Espero estar Deo volente. Asimismo prometo seguir contestando a los emilios, aunque supongo que muchos libertarios se irán de vacaciones. En los ratos libres escribiré algún librito.
 
Víctor Miguel Gutiérrez Pérez me cuenta sus cuitas literarias. “Resulta que hace unos días tuve una discusión con una profesora de Literatura. Ella sostenía que un ensayo es meramente la opinión del autor, nada más. Yo, por mi parte, argüí que es menester citar también alguna bibliografía o por lo menos consultarla”. No es fácil determinar lo que sea un ensayo, que solo admite una definición negativa o residual: lo que no es drama, ni poesía, ni ficción, ni pretende una categoría científica. Pedro Laín sostenía que el ensayo es “una teoría de urgencia”, lo cual tampoco es decir mucho. El que un ensayo contenga o no bibliografía o citas va según gustos. El modelo clásico es el de los Ensayos de Montaigne, donde se acumulan muchas referencias al mundo clásico. Para mi gusto, un buen ensayo es el que contiene opiniones y sentimientos del autor respecto a asuntos controvertidos. El texto del ensayo se distingue del tratado científico o académico por su fácil lectura, compatible con el rigor de su escritura. El ensayo corto es el artículo de opinión. En español dos excelentes ensayistas fueron Octavio Paz y José Ortega y Gasset. Miguel de Unamuno fue ensayista y novelista de manera admirable. También compuso poemas, como Octavio Paz. Para mi gusto, un buen ensayo no debe contener muchas citas.
 
Gabriel Martínez-Almeida (Enschede, Holanda) opina que deberíamos acudir a la idea de zapatero remendón para calificar a nuestro presidente del Gobierno. Añado que zapatero es el otro nombre con que se conoce a una especie de besugo llamado japuta. Aunque puedan parecer dicterios, no lo son. El zapatero remendón tiene (o tenía) mucho mérito al recomponer zapatos usados de modo artesanal. La japuta es un pescado aceptable.
 
Jaime Lerner (Tel Aviv, Israel) me envía una sabrosísima misiva con atinadas reflexiones sobre el condumio y el sistema argentino de comer “a tenedor libre” y de beber “a canilla libre”. Es el equivalente de “comer a pasto”, aunque esa expresión haya caído en desuso. En Asturias se ejecuta esos libérrimos yantares en lo que llaman espichas. Espichar es tanto como pinchar o abrir la canilla (el grifo) de las cubas de sidra. La costumbre manda que el vaso de sidra escanciada se beba inmediatamente todo él. Entre vaso y vaso, para no caer redondos, los asistentes a la fiesta dan buena cuenta de huevos duros, empanada, cordero asado y otras sustanciosas raciones en cantidades inverosímiles. Más parece una reproducción de las bodas del rico Camacho. Son instituciones de un pueblo que ha pasado por muchas hambres seculares.
 
Guillermo Indacoechea me recuerda que en italiano sí se ha conservado lo de pasto como equivalente de comida, en el sentido de la que se hace regularmente a ciertas horas. De ahí antipasto (= aperitivo) o vino de pasto (= el que acompaña a la comida). En español lo de pasto se conserva solo metafóricamente (“pasto intelectual”) o como comida de animales. También se dice vino de pasto para el corriente, de mesa, el vino de cosecha o peleón.
 
Mª Paz Velázquez me comunica que, al ver un programa de cocina popular en televisión, “cocinaba una señora de Soria y decía el aceite está turbia”. Cometió el mismo desliz que yo al considerar femenino el aceite. Puede que me traicionara el subconsciente. Quizá he olvidado que alguien de mi infancia diera el trato femenino al aceite. El diccionario de Seco asegura que ese uso es popular. Puede que sea una contaminación de “la manteca”, que sí es decididamente una voz femenina.
 
Casimiro González Ayesta (Gijón, Asturias) me consuela al asegurar que su suegra utiliza el femenino con el aceite, y también con el arroz. La verdad es que es usual decir “l’aceite” o “l’arroz”, aunque no es para darlo así a la imprenta. Me pide don Casimiro que dedique unas líneas a la relación entre el pensamiento y el lenguaje. No tiene mayor misterio. Solo puede haber un pensamiento elaborado si se conoce una lengua. Pero en esa lengua se han troquelado muchas ideas que, por tanto, condicionan la forma de pensar del hablante. Creo que en este rincón de las palabras se recogen muchos ejemplos de esa operación, por otra parte, tan enriquecedora.

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