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Alberto Míguez

Sigue la trifulca

Estados Unidos ve con malos ojos que el gobierno socialista español intente convertirse en aval exterior de ciertos experimentos populistas como el de Kichner en Argentina o el de Lula en Brasil.

En su primera reunión con los medios de comunicación españoles, el nuevo embajador norteamericano, Eduardo Aguirre, no quiso poner los pies sobre la mesa pero dejó claro que, en casi todos los temas delicados, España y Estados Unidos difieren. Cuba, Venezuela, Irak son apenas un muestrario de las diferencias pero hay muchas más en las que obviamente el embajador no quiso entrar siempre respetuoso con la soberanía del país que le acoge y también temeroso de despertar las iras del gobierno socialista, algo que tiene en estos lares ciertos réditos políticos en la izquierda jurásica, los titiriteros, y los pacifistas.
 
Aguirre espera ser recibido por Zapatero como Zapatero espera ser recibido por Bush. Es poco probable que el presidente español difiera esta entrevista o que la ligue al siempre pendiente viaje a Washington.
 
Por supuesto que a nadie le interesa que las relaciones hispano-norteamericanas sigan procesándose entre desafectos y diferencias en algunos casos tan profundos como difíciles de reducir.
 
El ministro Moratinos intentó en días pasados representar con el embajador Aguirre la escena del sofá que tan inocuos y un tanto cómicos resultados le dio en su viaje a Washington y su entrevista con la secretaria de Estado, Condolezza Rice. Zapatero confía también en su capacidad de seducción incluso con un empresario rudo y franco como es el cubano-americano Aguirre. Por lo demás, el embajador Aguirre no puede ni quiere convertirse en el gran conciliador y muñidor de consensos, aunque obviamente el primer deber de un diplomático sea resolver los problemas y no plantearlos.
 
Decía un casi olvidado político español que hay problemas que no tienen solución y otros que sólo el tiempo resolverá. Las degradadas relaciones hispano-norteamericanas sólo podrán mejorar con el tiempo y una caña, es decir, extremando la paciencia por parte española y el sentido común por parte americana. Nada de esto es fácil porque Zapatero y su ministro quieren resultados instantáneos tras las palabras amables y los tópicos al uso. Cuando se trata de halagar al amigo o ex-amigo americano se recuerda que ambos países son aliados en la OTAN y coinciden en el combate contra el terrorismo, el narcotráfico y demás lacras mundiales. Pero con eso no basta para recuperar el ímpetu y la atracción de antaño. Será difícil mientras, por ejemplo, sigan las ventas de armamento a Chávez o se trabaja en la Unión Europea para evitar que la “posición común” se recupere.
 
Estados Unidos ve con malos ojos que el gobierno socialista español intente convertirse en aval exterior de ciertos experimentos populistas como el de Kichner en Argentina o el de Lula en Brasil. Pero le gusta mucho menos que en la UE y en la OTAN, Zapatero y su ministro sean la correa de transmisión de la diplomacia francesa en asuntos tales como Oriente Medio, Irak, Irán, Magreb, etc.
 
Todas estas diferencias podrían reducirse en el futuro pero nada indica que el gobierno español esté dispuesto a corregir ciertos rumbos y olvidar ciertos prejuicios congénitos. La “normalización” de estas relaciones exigirá, como queda dicho, tiempo y voluntad. El embajador Aguirre verá muy pronto que una cosa es predicar y otra dar trigo. Mientras tanto, Zapatero lo hará esperar.

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