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Emilio J. González

La cobardía del dinero

Hay que tener en cuenta que al miedo le sigue la recuperación. Wall Street registró tres semanas de caídas tras los atentados del 11-S y luego concluyó el año con una fuerte recuperación, con el Dow Jones por encima de los niveles previos al atentado.

Los inversores profesionales saben perfectamente que, por su propia naturaleza, el dinero es cobarde y huye a refugiarse al menor síntoma de que las cosas van mal. Si el pistoletazo de salida lo da un hecho como los atentados perpetrados en Londres por Al-Qaeda, entonces la carrera es más rápida y más masiva. Desde esta perspectiva, es lógico el desplome registrado por las Bolsas de todo el mundo tras conocerse la noticia del estallido de sendas bombas en varias estaciones de metro y varios autobuses de la capital británica: la primera reacción, la del miedo, es la venta de acciones para colocar el dinero en el refugio seguro de la deuda pública. Pero, ¿hay motivos para pensar que la fiesta que venían deparando los mercados de valores este año ha concluido, que vamos camino de un nuevo derrumbe de las cotizaciones, como se han atrevido a pronosticar a vuelapluma algunos analistas? No necesariamente.
 
En cierto modo, los atentados de Londres han servido a muchos inversores de excusas para recoger los fuertes beneficios acumulados a lo largo del año, sobre todo en los dos últimos meses. No olvidemos que los principales índices bursátiles, incluido nuestro Ibex-35, se habían situado en los máximos de los tres últimos años y habían recuperado en torno al 60% de las pérdidas producidas por la crisis bursátil que desencadenaron el estallido de la burbuja de las tecnológicas en marzo de 2000, la aparición de Enron y demás escándalos contables en julio de 2001, los atentados del 11-S y la guerra de Irak. Por tanto, y según la lógica del mercado, ahora iba tocando ya recoger beneficios para irse tranquilos de vacaciones. De hecho, el jueves por la mañana, antes de que se produjeran los atentados, las Bolsas europeas habían abierto con pérdidas y caídas generalizadas en casi todos los valores que conforman los principales índices bursátiles.
 
Aún así, no hay que menospreciar el impacto en sí mismo de los atentados, pero conviene hacer algunas matizaciones. En primer lugar, lo ocurrido en Londres no es el 11-S, cuando la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York por parte de Al-Qaeda cogió por sorpresa a todo el mundo. Por desgracia, este es el tercer atentado de estas características que se produce y aunque era tan inesperado como los otros dos anteriores –el 11-S en Nueva York y el 11-M en Madrid–, ni es tan sorprendente ni, afortunadamente, resulta tan dramático por el número de víctimas, aunque desde el punto de vista bursátil, en un primer momento haya cundido el pánico. Pero hay que tener en cuenta que al miedo le sigue la recuperación. Wall Street registró tres semanas de caídas tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y luego concluyó el año con una fuerte recuperación que situó al Dow Jones por encima de los niveles previos al atentado. Después del 11-M ocurrió algo parecido, sólo que en este caso la caída de las cotizaciones duró cuatro días y la recuperación fue más rápida e intensa. Hoy por hoy no hay motivos para pensar que las cosas puedan ser distintas tras las bombas en Londres, salvo que dichas explosiones sean la antesala de una cadena de atentados frecuentes, en el Reino Unido y en otros países industrializados, que, entonces sí, justificarían una caída profunda y duradera de las cotizaciones de las acciones. Pero, en estos momentos, esta última perspectiva no es más que una especulación, una posibilidad a tener en cuenta, no una realidad constatada.
 
Una de las principales preocupaciones que surge cuando se producen acontecimientos tan dramáticos como los de Londres es si en el sistema financiero internacional habrá suficiente dinero disponible para que los mercados sigan funcionando con normalidad y ninguna entidad de las que operan en el mercado se vea condenada a la quiebra por la caída de las cotizaciones y/o por la falta de crédito para afrontar los problemas que el desplome de los mercados le pueda ocasionar. Hoy la liquidez en los mercados es muy abundante gracias a que en Estados Unidos y, sobre todo, en la zona euro, los tipos de interés están muy bajos. En el Reino Unido, incluso, desde hace varios días se cuenta con la posibilidad de que el Banco de Inglaterra proceda este verano a un recorte de tipos. Por tanto, al sistema no le va a faltar liquidez con la que mantener engrasados sus motores, a diferencia de lo que ocurrió tras el 11-S, cuando tanto el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, como el del Banco Central Europeo, entonces Wim Duisemberg, como el en aquel momento secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, tuvieron que garantizar públicamente que en el mercado no faltaría dinero y actuar en consecuencia.
 
Ante estos elementos, las únicas razones para una caída bursátil son el pánico propio de los primeros momentos tras un hecho del calado y dramatismo de los atentados de Londres, pero nada más. Eso sí, siempre y cuando lo ocurrido en la mañana del jueves no sea el primer eslabón de una cadena de atentados más frecuentes y mortíferos.

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