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Joseph Loconte

Hipocresía de la ONU

No se avanza en el campo de los derechos humanos permitiendo que quienes no creen en ellos manipulen descaradamente el organismo fundado para defender esa noble causa.

La mayor evidencia de la espantosa crisis que afecta a las Naciones Unidas la encontramos en su Comisión de Derechos Humanos. Cada año, los delegados de 53 países miembros se reúnen para designar las naciones que violan los derechos humanos y promulgar resoluciones condenando esos abusos. Pero la realidad es que esa comisión se ha convertido en una madriguera de depravados que tratan de desviar la atención de sus políticas represivas.
 
Las Naciones Unidas proclaman su carácter universal. No existen normas que tengan que ser cumplidas para poder ser miembro de la organización, como tampoco hay penas por traicionar sus ideales. Las dictaduras y las democracias tienen la misma voz y el mismo voto.
 
Naciones que instrumentan políticas brutales contra su propia gente, como China, Zimbabwe, Arabia Saudita y hasta Sudán, país acusado de genocidio contra su misma gente, pertenecen a la Comisión de Derechos Humanos. El subsecretario de las Naciones Unidas para las comunicaciones, Shahhi Tharoor, defiende esa desastrosa posición oficial diciendo que “no se avanza en los derechos humanos predicándole a los creyentes”.
 
Por el contrario, las tragedias como la de Sudán prueban exactamente lo opuesto. No se avanza en el campo de los derechos humanos permitiendo que quienes no creen en ellos manipulen descaradamente el organismo fundado para defender esa noble causa.
 
Una comisión del Congreso de Estados Unidos concluyó que llegó la hora de acabar con la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Yo pienso que debe ser reemplazada por una alianza de organizaciones de derechos humanos de las naciones democráticas que hacen su labor independientemente de las Naciones Unidas. Estados Unidos debe tomar la iniciativa en establecer una Comisión de Derechos Humanos con su propio embajador, dedicado a defender y ampliar las libertades democráticas alrededor del mundo.
 
Nadie puede alegar que no existen las injusticias bajo gobiernos democráticos. Pero las verdaderas democracias encaran sus pecados, desde el racismo hasta los escándalos penitenciarios, mientras que las dictaduras sobreviven nacionalizándolos con campos de concentración y tumbas sin nombre.
 
Llegó el momento de quitarles la careta a los violadores de derechos humanos hasta ahora amparados por las Naciones Unidas.

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