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Pablo Molina

El terrorismo de los descamisaos

La izquierda pensante, es un decir, auxiliada en la banda por las gentes de la farándula, no disimula su satisfacción al comprobar que la venganza de los oprimidos alcanza poco a poco al trío de las Azores.

Dice el presidente Rodríguez, confundiendo las páginas del Financial Times con una asamblea universitaria de protesta, que la causa del terrorismo islámico, perdón internacional, es la desigualdad —”el profundo mar de injusticia“ lo denomina él, añadiendo su habitual toque de cursilería. Esto es todo lo que el esfuerzo intelectivo de la progresía contemporánea da de sí: el billonario saudí que ordena asesinar a empleados, obreros e inmigrantes en el metro de Londres o en los trenes de cercanías de Madrid, en realidad no hace más que rebelarse contra la profunda miseria a la que le someten los curritos más depauperados del occidente imperialista. De una forma burda, la única apta para el consumo de las bases del socialismo, se trata de dar una dimensión internacional a la teoría de los “descamisaos” que popularizó entre nosotros hace años el Guerra, aunque el término fuera patentado en su día por Perón (otra prueba más de que guerrismo y peronismo son hermanos mellizos). Estas ideas enfermas demuestran, por cierto, la persistencia del marxismo-leninismo y su teoría de la explotación capitalista internacional, según la cual los proletarios de los países ricos explotan a sus hermanos de clase de los países pobres.
 
La izquierda pensante, es un decir, auxiliada en la banda por las gentes de la farándula, no disimula su satisfacción al comprobar que la venganza de los oprimidos alcanza poco a poco al trío de las Azores. No importa que los sicarios de Mohamed Atta, autor material del 11-S, empezaran a tomar clases de vuelo durante la última legislatura de Clinton, quien además pudo acabar en al menos cuatro ocasiones con Bin Laden si no hubiera estado demasiado ocupado haciendo prácticas ginecológicas con un puro habano entre el personal femenino de la Casa Blanca con contrato laboral precario. No importa que el mismo 11 de septiembre de 2001 hubiera preparados atentados similares contra Londres y Bruselas, que sólo el cierre de aeropuertos acabó frustrando. No importa que los atentados de Madrid empezaran a gestarse dos años antes de la invasión de Irak. No importa que también mucho antes de la invasión de Irak, Al Qaeda asesinara a 20 personas en Túnez, 16 en Kenia o 202 en Bali (Indonesia), cuyos dirigentes jamás estuvieron en el archipiélago portugués. Para los voceros de la izquierda geográficamente occidental, la culpa de los crímenes del islamismo es de Bush, Blair y Aznar, pues ningún otro razonamiento, ni siquiera la más elemental realidad, traspasa la granítica epidermis del pensamiento progre, incapaz de mover un dedo por una causa justa si no ha pasado previamente el férreo tamiz del marxismo, en cuyo regazo todos los crímenes contra occidente encuentran cálida comprensión.
 
Pero lo peor para un país no es que su clase intelectual, integrada mayoritariamente por titiriteros y el petardeo progre habitual, se revele alérgica al pensamiento complejo. Lo realmente nefasto es que sus dirigentes, como hace constantemente ZP, otorguen dignidad institucional a todo este material de derribo intelectual, poniéndonos cada vez más en el furgón de cola de la Historia.
 
Hace unos días, el inefable Moratinos llamó a consultas al embajador de Mónaco —probablemente un croupier— por la jugarreta olímpica del jefe de aquel casino. Si es cierto que la grandeza de las personas y de las naciones se mide por la altura de sus enemigos, no hay más que mirar a nuestro alrededor: El enemigo del Reino Unido es quien quiere acabar con el sistema de vida de occidente. El del gobierno ZP, Albertito de Mónaco. Todos estamos en nuestro su sitio.

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