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Juan Manuel Rodríguez

El fan número uno de Sheryl Crow

Lance Armstrong está dándose a sí mismo un relajado homenaje en esta última edición del Tour de Francia, regalándoles los oídos a los chavalitos que siguen sus pasos como los pollitos siguen a mamá gallina

Si por algo podemos advertir claramente que Lance Armstrong se está yendo del ciclismo en activo es por el hecho de que va por ahí deshaciéndose en elogios hacia todos, cuando el estadounidense nunca ha regalado nada, ni alabanzas hacia sus rivales, ni tampoco esfuerzos baldíos sobre la carretera. El otro día dijo de Alejandro Valverde que personificaba el futuro del ciclismo mundial, y el domingo, tras la etapa que concluyó en Lary Soulan, comparó a George Hincapie ni más ni menos que con el mítico (es de obligado cumplimiento añadir el adjetivo "mítico" cuando se trata del belga) Eddy Merckx. Con todos mis respetos hacia el experimentado juicio del heptacampeón in pectore del Tour, yo creo que su amistad le ciega en lo que a Hincapie se refiere. Merckx y el estadounidense del Discovery se parecen tanto pedaleando como Zinedine Zidane y Pablo Alfaro jugando al fútbol.
 
Lo de Armstrong resulta muy humillante... para el resto del pelotón internacional. No existe nadie capaz de plantarle cara, ningún ciclista que se atreva a echarle un pulso, y la ambición brilla definitivamente por su llamativa ausencia. El control psicológico al que somete Armstrong a sus compañeros de profesión es similar al que exhibió en "Directísimo" ante José María Íñigo el prestidigitador Uri Geller, sólo que aquel israelita doblaba cucharas y paraba relojes, y este americano parte en dos las ilusiones y frena de golpe la competitividad. Ahí está, si no, para demostrarlo el alemán Jan Ullrich, la eterna esperanza europea, un ciclista a quien convirtieron antes de tiempo en el nuevo Miguel Induráin y que Armstrong se ha encargado de convertir desdeñosamente en la sombra de lo que un día pudo ser.
 
Los organizadores del Tour deben estar rezando todo lo que saben para que a los dueños del Discovery Channel no se les ponga en las narices exprimir otro añito más el zumo de este limón tejano, una auténtica caja registradora y un cheque en blanco para sus patrocinadores. Lance Armstrong está dándose a sí mismo un relajado homenaje en esta última edición del Tour de Francia, regalándoles los oídos a los chavalitos que siguen sus pasos como los pollitos siguen a mamá gallina. Y lo peor de todo es que existe el convencimiento generalizado de que si Armstrong no estuviera ya harto de repartir leoncitos de peluche de Credit Lyonnais entre todos sus amigos y parientes, empachado de podios y maillots amarillos, cansado de ser besado en ambas mejillas por azafatas altas y bajas, rubias y morenas, flacas y más flacas todavía, volvería a cruzar el primero la línea de meta de París si decidiera correr otra vez el año que viene. Jean-Marie Le Blanc acabará convirtiéndose en el fan número uno de Sheryl Crow, por delante incluso del propio Armstrong. Al ciclista ya no le motiva más el reto anual que plantea el col del Galibier. Ahora prefiere que le canten al oído, muy bajito y muy despacio, Light in Your Eyes. Sale ganando el amor. Y el líder del T-Mobile.

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