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Amando de Miguel

Lenguas regionales

Candela Zamora (La Coruña) no es un pseudónimo, aunque lo parezca, de bonito que resulta el nombre. Me escribe para desahogarse al haberme visto titubear en una entrevista que me hicieron en Santiago para la televisión. La periodista me preguntaba en gallego y yo, naturalmente, contestaba en castellano. En esos casos tiendo a decir que no me importa ese formato, si es así como les gusta a los espectadores. Los castellanos que no sabemos gallego tendemos a creer que es fácil, que es como el castellano, un poco más cercano al latín y con acento. Pero la verdad es que a veces algunas palabras se resisten a los duros oídos castellanos. Doña Candela (unidad física para medir la intensidad lumínica) sostiene que es una falta de educación el formato que digo por parte de los que nos preguntan en gallego. No diría yo tanto si es hablando entre españoles. No estaría mal que los castellanos hiciéramos un mayor esfuerzo en acercarnos a entender los otros romances peninsulares. Lo que ocurre es que funciona una ley lingüística tan exacta casi como la ley de la gravedad. El supuesto de esa ley innominada es el de dos interlocutores A y B, cada uno con su lengua. A conoce algo de la lengua de B, y B conoce algo de la lengua de A. La conversación acabará imponiéndose en la lengua que suponga una menor suma de esfuerzos para ambos. Por ejemplo, es evidente que con el actual embajador norteamericano en España (cubano de nación) a mí me sale hablar en español, por mucho que él tenga un rango muy superior al mío. Con otros embajadores del pasado (angloparlantes, aunque sabían algo de español) lo lógico es que yo conversara con ellos en inglés. Si se siguiera siempre esa ley que digo (“la ley candela”, podríamos llamarla a partir de hoy), nos evitaríamos muchos problemas.
 
Concluye doña Candela con una pregunta inquietante: “¿Qué es la política?”. Tentado estoy de contestar, remedando al poeta: “Política eres tú”. Pero, ya más en serio, la política no es más que la preocupación que nos queda después de escuchar o leer las noticias cotidianas. Los políticos son los que tienen una invencible necesidad de ser los protagonistas de las noticias.
 
Ya sabía yo que alguien me explicaría lo de can seixanta (= casa sesenta, una casa patas arriba): Josep Eruill Arrret. Había un fabricante de tejidos en Barcelona conocido como Can Seixanta y que era el prototipo de la desorganización. Su fábrica, sita en la calle de la Riereta, ocupaba los números 18, 20 y 22, que sumados daban 60. La historia es bonita. Me pregunto si no habrá alguna relación con el verbo seixantejar (= empezar a cumplir los 60 años y algunos más). Puede que en la vida tradicional ese momento fuera de cierto desorden. Algo de eso podría decir yo.
 
Óscar Prats se pregunta: “¿Es casualidad o es que empieza [por mí] a estar de acuerdo conmigo que con la política actual el PP está absolutamente solo en todos lados?”. Es cierto el hecho, pero a don Óscar le divierte y a mí me alarma. No soy miembro del PP, pero en una democracia sana el segundo partido no suele quedar aislado. El régimen de “todos contra el PP” es una lamentable degeneración de nuestro sistema democrático. La razón principal es que los partidos nacionalistas tienen un poder desproporcionado en relación a sus votos.
 
Un consejo me da don Óscar “a nivel personal. Actualícese, por favor. Lo de charnegos hace años que no se usa. Se usó, pero ahora ya no, entre otras cosas, porque los hijos de los charnegos se hacen no del PSOE, sino de ERC en muchos casos”. Razón de más para reivindicar la utilidad de esa infamante etiqueta. ¿Cómo entender, si no, ese pozo de resentimiento que es el presidente de ERC? Por cierto, el tal Rovira (o como se llame) es una persona que ignora la “ley candela”.
 
Ana Múzquiz recoge algunos catalanismos de uso muy general en castellano:
 
sacarse el abrigo, o de en medio (= quitarse)
hacer siesta (= echarse la siesta)
hacer vacaciones (= tomarse vacaciones, ir de vacaciones)
estirarse (= tumbarse, echarse)
explicar un chiste (= contar un chiste)
a más a más (= además)
subir a Barcelona, bajar a Madrid (= ir)
venir (= ir)
somos a 6 de junio (= estamos)
 
Miguel Saenz de Viguera Aizpurua me corrige: Belarrimotzak no es “orejas cortas”, como yo decía, sino “orejas feas”. Puede ser, pero yo me guiaba por el diccionario Hiztegia bi mila (Donostia: Elkar). Está claro que belarri es “oreja” y motz un adjetivo que equivale a “romo, chato, corto” y por extensión el que ignora el vascuence (como yo mismo). Las buenas orejas vascas son las que llamamos los castellanos “de soplillo”. Se deben recordar las orejas del presidente Ibarreche.
 
Ignacio Urrutia comenta con tino que en el vascuence el sonido J se alterna con el Y. Por ejemplo, Joseba permite las dos versiones. Así me gusta a mí, con vacilación libertaria.

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