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También tenemos un problema dentro

Si la propia comunidad islámica es incapaz de cooperar con nuestra policía y servicios de inteligencia a fin de librarla de sus elementos más distorsionadotes, el gobierno tiene la obligación de ponerla en la necesidad de hacerlo

Será todo lo políticamente incorrecto que se quiera, pero los últimos acontecimientos refuerza poder decirlo: en Europa tenemos un problema con el fundamentalismo islámico y el terrorismo yihadista en nuestra propia casa. En Londres, tras el atentado del pasado 7 de julio, se ha hecho mucho hincapié en el carácter de suicida de los cuatro terroristas que perpetraron los ataques, pero también hay que prestarle mucha atención a que los cuatro fueran nacionales británicos o inmigrantes de segunda y tercera generación, integrados bien en su comunidad y con vidas todos aparentemente sencillas. Más o menos como quienes colocaron las bombas en los trenes de Madrid el 11-M del año pasado.
 
Es importante el hecho por varias razones. En primer lugar porque pone de relieve que los controles de fronteras son necesarios, pero que no son suficientes. Un grupo de amigos, conocidos o correligionarios se puede transformar en una bomba ambulante con una llamada telefónica desde el extranjero, habida cuenta de que sus creencias fundamentalistas hayan sido inculcadas por sus imanes en nuestras mezquitas.
 
Y esto es importante a su vez porque significa que el descontrol que se ha permitido al amparo del respeto y el multiculturalismo y que ha dejado florecer predicadores del odio y la violencia contra los valores occidentales, los nuestros, debe acabarse cuanto antes. Cualquier política de seguridad interior que se precie de su nombre debe tener como prioridad absoluta la lucha contra el Islam radical en nuestro suelo. Se podrá decir que es discriminación, pero dejar que las enseñanzas en las mezquitas se sigan realizando en una lengua no oficial en España es un suicidio. Recordemos la dificultad de contar con traductores. Por otro lado, también pone de relieve la necesidad de una política de inmigración que no haga agua como la del actual gobierno, que en lugar de establecer controles hace imposible poder discriminar entre los inmigrantes.
 
Es verdad que no todo el mundo en la comunidad islámica justifica, ampara o defiende a los terroristas. Pero así como un padre o una madre detecta cómo y cuándo uno de sus hijos comienza a descarriarse, una comunidad tan cerrada y volcada sobre sus relaciones internas, como es la islámica, tan concentrada, además, geográficamente, puede y debe poner en práctica todos cuantos mecanismos de control de sus elementos radicales sean necesarios. Los terroristas, en algún punto, se apartan de la mayoría de las indicaciones del Islam moderado y comienzan a escuchar y reunirse con otros líderes espirituales, por poner un ejemplo.
 
Si la propia comunidad islámica es incapaz de cooperar con nuestra policía y servicios de inteligencia a fin de librarla de sus elementos más distorsionadotes, el gobierno tiene la obligación de ponerla en la necesidad de hacerlo. Y si no, es que no se quiere luchar contra los terroristas del futuro. Y no tan lejano.

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