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Fundación Heritage

Acabar con los atentados desde la raíz

James Phillips

Los ataques en Londres y en el lugar de vacaciones egipcio de Sharm el-Sheik han vuelto a recordar a muchos los horrores de lo que es el atentado suicida. Aunque no está muy claro si todos los que participaron en el atentado sabían que iban a una misión suicida, lo que si está claro es el resultado: un pequeño grupo de terroristas logró asesinar a una gran cantidad de inocentes.
 
Es obvio que no hay defensa total contra algunos terroristas decididos a morir por su causa. Una vez que están armados con sus bombas personales, es muy poco lo que podemos hacer por detenerlos. Crear un perímetro de seguridad en torno al transporte público, custodiado con perros rastreadores y policía muy armada sólo desviará a los terroristas hacia nuevos objetivos, posiblemente hasta la cola de pasajeros esperando pasar los controles de seguridad.
 
Pero tampoco estamos indefensos. La clave es impedir que la red terrorista que fabrica las bombas logre encontrar, reclutar y lavar el cerebro a los peones humanos que necesita para entregar las bombas.
 
Aunque los suicidas no necesitan mucho entrenamiento para asestar sus golpes mortales, sí que necesitan un alto nivel de compromiso personal para sacrificarse. No se levantan un día cualquiera y deciden suicidarse. Formar a un suicida implica la labor de toda una red de manipuladores. Cada uno de ellos es guiado por grupos de reclutadores, mentores, entrenadores y controladores que seleccionan un candidato, lo aislan de sus amigos, de su familia, le lavan el cerebro, le adosan la bomba y lo envían a un objetivo preciso.
 
Afortunadamente, hay relativamente pocos voluntarios suicidas. Hasta en Irak—país que ha sufrido más atentados suicidas que ningún otro en los dos últimos años—las redes terroristas tienen la creciente necesidad de reclutar extranjeros. La falta de voluntarios iraquíes los ha llevado a usar cómplices involuntarios, según se informa incluso han usado a un niño disminuido mental, o a voluntarios extranjeros que son reclutados para poner las bombas pero a los que no les dicen que detonarán las bombas a distancia antes de que estén a salvo.
 
Por tanto, la clave es desbaratar, desarraigar y destruir las redes terroristas que crean a los terroristas suicidas. Requerirá intensas operaciones policiales y de inteligencia para infiltrar las redes y capturar o matar a los líderes que dirigen las operaciones. Pero esto llevará tiempo.
 
Mientras tanto, las autoridades necesitan reducir la capacidad de las redes terroristas para reclutar dentro de sus comunidades. Esto exige un esfuerzo efectivo para llegar a los padres, profesores, representantes de la comunidad y líderes religiosos de la población que los terroristas tienen como objetivo para el reclutamiento.
 
Los retoños extremistas de todas las religiones son capaces de producir suicidas. Por ejemplo, uno de los grupos terroristas más sangrientos que practica el atentado suicida es el de los Tigres Tamiles, predominantemente compuesto de hindúes y que han perpetrado más de 200 atentados suicidas en Sri Lanka.
 
Pero en años recientes, los extremistas islámicos se han convertido en los patrocinadores más importantes de los atentados suicidas. Los grupos terroristas como Hezbolá, Hamás, la Yihad islámica y Al Qaeda han adoptado estas prácticas con un efecto mortal. Han fabricado ideologías rebuscadas para manipular las enseñanzas religiosas islámicas y así justificar el asesinato de gente inocente, lo cual está prohibido por el Corán y es rechazado mayoritariamente por los líderes religiosos musulmanes.
 
Debemos luchar contra las ideas que defienden la barbarie para poder prevenir los actos de barbarie. Una importante meta a largo plazo es desacreditar y deslegitimar la ideología que los terroristas difunden para justificar la masacre. Para secar la fuente de reclutas en potencia, los gobiernos deben trabajar con los líderes religiosos musulmanes así como con los políticos para desenmascarar las redes terroristas y demostrar que son sectas de la muerte que distorsionan adrede las enseñanzas religiosas islámicas para promover su temario revolucionario. Para vacunar a los jóvenes musulmanes contra el tóxico virus ideológico inoculado por los extremistas, los líderes religiosos musulmanes tienen que estar a la vanguardia denunciando a los extremistas como blasfemos que promueven una guerra profana.
 
Los gobiernos occidentales también deben presionar a ciertos regímenes en el mundo musulmán para que dejen de dar apoyo a las redes terroristas. Irán y Siria apoyan a los grupos terroristas que envían suicidas a Israel. Pakistán hace la vista gorda ante las actividades de grupos islámicos radicales sospechosos de estar implicados en los atentados de Londres, en parte porque esos grupos son aliados útiles contra la India. Estados Unidos debería liderar una coalición internacional que presione a los estados que apoyan el terrorismo para que acaben con ese respaldo o sino tendrán que enfrentarse a sanciones económicas, aislamiento diplomático y posiblemente represalias militares.
 
Los suicidas se cobrarán menos víctimas si somos firmes y nos negamos a apaciguarlos.
 
* Traducido por Miryam Lindberg
 
 
 
James Phillips es investigador especialista en asuntos de Oriente Medio de la Fundación Heritage.
 

Libertad Digital agradece a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.

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