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Juan Manuel Rodríguez

Leyendas de escaladores I

César, que cuenta como nadie sus aventuras en los "ochomiles" más famosos del mundo, afirma haber cruzado su mirada con la del misterioso habitante del alto Himalaya

De todas las leyendas de escaladores, la más famosa es sin duda la del yeti, conocido como el abominable hombre de las nieves. Hasta el momento en que irrumpió Juanito Oiarzabal, el más famoso de nuestros alpinistas fue César Pérez de Tudela. Él asegura haber visto al yeti. Y no sólo eso. César, que cuenta como nadie sus aventuras en los "ochomiles" más famosos del mundo, afirma haber cruzado su mirada con la del misterioso habitante del alto Himalaya. El nombre de yeti procede de los términos tibetanos "yeh" ("valle nevado") y "teh" ("hombre"), aunque por aquellos lares, según cuenta el periodista Alfredo Merino en "Everest. Cincuenta años de misterios, escaladas y tragedias" (Editorial La Esfera de los Libros, 2003), también se le llama "mah-teh", "metton kangmi" o "nitikanji", o lo que es lo mismo: el terrible, el desagradable o, más directamente y sin más zarandajas, el asqueroso.
 
¿Existe realmente el yeti o lo que ocurre es que desearíamos que existiera?... ¿Confundimos nuestros deseos con la realidad?... ¿Es un mito o es una realidad?... Ralph Izzar, periodista del Daily Mail, encabezó una expedición organizada por su periódico en los años cincuenta con el único objetivo de localizar a esta misteriosa criatura. En "El abominable hombre de las nieves" lo describe así: "Se trataba de un animal no grande; rechoncho; de la estatura aproximada, en posición erecta, de un muchacho de catorce años; cubierto de pelo rígido e hirsuto; de color rojizo, oscuro y negro; con el rostro chato como el de un mono; la cabeza, algo puntiaguda, y el cuerpo, sin cola. Se le describía como andando normalmente erguido, al modo de los hombres, si bien, de hallarse asustado o ir por terreno rocoso, solía moverse a cuatro patas. Usaba una llamada distintiva, una especie de maullido fuerte, o más bien algo semejante al chillido de una gaviota. Se le oía normalmente al atardecer o cuando comenzaba la noche". Yo mismo tuve la ocasión de escuchar por la radio el presunto gruñido de un posible yeti y es ciertamente aterrador. Aquella noche no pegué ojo, lo prometo.
 
En 1889 Westermer y L.A. Wassell vieron huellas del yeti sobre la nieve. En 1937 John Hunt vislumbró lo que podía ser un yeti durante una exploración al glaciar de Zemu (5.800 metros de altura). En 1951 Eric Schipton, en el glaciar Melung, fotografió las huellas dejadas sobre la nieve por unos pies inmensos, desproporcionados. El 4 de noviembre de 1952, un año antes de la primera escalada al Everest, el himalayista Norman O. Dyhrenfurth dormía plácidamente en su tienda del campamento V, a 7.000 metros de altura, en el Valle del Silencio, cuando de repente le sobresaltó un ruido. Salió de la tienda y no encontró nada, pero a la mañana siguiente los sherpas confirmaron que por allí había estado un yeti.

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