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Juan Carlos Girauta

La suerte de Bono

Reflexione, Bono, en la desgracia, sobre la fortuna de tener enfrente a gente íntegra. Y ya que su carrera parece de largo recorrido, trate de no olvidarlo

Se llamaban David, Juan, Alfredo, Pedro, José Manuel, Javier, José, Daniel, Diego, Diego, Isaac, Jesús, José Antonio, Iván, Gonzalo, Pedro y Pablo. Todos tenían familias y proyectos. Y también un valor poco común, porque habían elegido una de las profesiones más altruistas, sufridas y arriesgadas por las que puede optar un español. Y porque estaban ayudando a los ciudadanos de un país que se encuentra a miles de kilómetros del suyo. Los políticos de bien no los convertirán en mercancía ni arrojarán sus cadáveres al adversario, ni aprovecharán la desgracia para vender ideologías sanguinarias bajo la piel del cordero pacifista, torciendo el hecho indiscutible de que son militares como los fallecidos, y no los activistas de teclado, los propagandistas en batería ni los intoxicadores, quienes trabajan activamente por la paz. Y a veces se dejan la vida en el empeño.
 
Habrán sido las aspas de dos helicópteros al chocar, habrá sido un ataque de esos asesinos que la prensa española llama resistentes, o habrá sido un problema técnico del helicóptero. Pero incluso en este último caso, las investigaciones, que han de ser rigurosas por el insoportable coste humano que se ha pagado, no se traducirán en la manipulación de las familias, en el obsceno uso del dolor para montar programas televisivos llenos de difamaciones y de medias verdades ni para proveer a los deudos de invitaciones al Congreso de los Diputados con el fin de darle un buen susto y un mal disgusto al ministro de Defensa. Bono tiene suerte. Una suerte infinita. Además de gestionar unas Fuerzas Armadas ejemplares, cuenta con una oposición a la que, por mucho que deteste y por más que se haya valido de su cargo para ponerle zancadillas sin cuento, jamás le responderá con argucias o argumentos que exijan suspender su patriotismo.
 
Las “meras homologaciones administrativas” a las que, de forma inquietante, ha aludido el ministro, se habrán de ver y estudiar con lupa. Nuestros diecisiete compatriotas lo merecen. Pero no se abrirá una causa general de tipo inquisitorial, aunque al Partido Popular, y a la prensa, le resultaría lo más fácil del mundo a la vista de los antecedentes, de la manifestación de los golpes fantasma y las detenciones irregulares, de las visitas nocturnas al ministerio en busca de papeles para la demagogia, de los sospechosos ascensos, de la traición a los aliados en Irak, del indecente linchamiento de Federico Trillo o de la demencial gestión del “caso Roquetas”.
 
Por supuesto que todas esas cosas no se van a olvidar, pero la factura no se le va a pasar al ministro a costa de diecisiete muertos, de diecisiete servidores de España que se jugaron la vida defendiendo la libertad de otros. Reflexione, Bono, en la desgracia, sobre la fortuna de tener enfrente a gente íntegra. Y ya que su carrera parece de largo recorrido, trate de no olvidarlo.

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