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Amando de Miguel

De Historia y Geografía

Gabriel Casanueva Muñoz me pide que aclare mi afirmación de que “sin la teoría del pecado original no existiría la noción de democracia o de capitalismo”. El asunto me llevaría muy lejos. Me remito al libro clásico de Max Weber (que ahora cumple un siglo, como la teoría de la relatividad de Einstein), La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La idea del pecado original y la necesidad de la salvación individual están en la base del liberalismo, la democracia y el capitalismo, creaciones únicas de la cultura occidental. No voy a entrar en más detalles porque luego me dirán que no soy historiador.
 
Jaime Monjo Sacristán (residente en Alemania, estudiante de Arquitectura) me pregunta la distinción entre los suevos y los suabos. Es muy fácil. Parece un juego de palabras, pero cada una tiene su casilla en la Historia.
 
Los suabos son los naturales de Suabia (en alemán Schwaben). Es una antigua región lingüística y cultural que comprende hoy porciones de Baden-Würtemberg, Baviera (Bayern), Suiza y Alsacia. El origen está en unas tribus germánicas ─los suebos y los alemanes─ que se establecieron entre el Rhin y el Danubio hacia el siglo III de nuestra era. Durante varios siglos formaron la liga Suabia, una confederación de señores feudales.
 
Los suevos forman un conjunto de tribus germánicas en el siglo I de la era cristiana, localizadas en torno al valle del Elba. En el siglo V emigran en masa hacia el Oeste y llegan a Galicia, Lusitania y Bética. Fueron incorporados al reino de los visigodos, por lo que forman parte de la tradición española.
 
José M. Caparrós aporta una interesante teoría sobre el origen de Catarroja, en la Huerta valenciana. Su tesis es que algunos soldados de Jaime I eran cátaros. Procedían de lo que hoy es Francia y se asentaron en la Huerta de Valencia. De ahí Catarroja, algo así como “tierra de los cátaros”. Añado que los cátaros (en griego “los puros”) constituyeron una misteriosa secta medieval un tanto pietista. Quizá venga de ahí el espíritu emprendedor de los de Catarroja.
 
Mª Ángeles Cutillas (Cartagena, Murcia) acaba de descubrir que yo soy zamorano y quiere que le informe sobre Sanabria, un “recóndito paisaje que me tiene embrujada” y al que piensa trasladarse. Me pide información sobre el particular. El experto es mi paisano Ramón Carnero, autor de algunos textos sobre las leyendas y mitos de Zamora. Me permito citarle mi próxima novela Nuestro mundo no es de este reino, en el que aparece el mito del lago de Sanabria. Lo popularizó Unamuno en su novela San Manuel Bueno.
 
Rectifico con gusto una información que tomé mal del escrito de Daniel Guerrero Ramos (Churriana de la Vega, Granada). Siempre fue un pueblo que me cayó simpático. La rectificación es que el Ayuntamiento del PP se opone a la pretensión de los concejales del PSOE que quieren cambiar los nombres de las calles asociados al franquismo. Añado que no sé por qué esa propuesta iconoclasta tiene que detenerse en el franquismo. Según esa lógica habría que eliminar los nombres y símbolos de todas las épocas anteriores. No es tontería. En una reciente película sobre Juana la Loca, los escudos de los Reyes Católicos que aparecen en varias escenas eliminan el yugo de Ysabel y las flechas de Fernando.
 
Illya Kuryakin, a propósito del asunto del cambio en el callejero, me recuerda la divertida propuesta de Álvaro de Laiglesia. Todo consistía en dejar el nombre antiguo, pero en cada momento político se le anteponía un adjetivo. Así, la “calle del Glorioso Fernández” pasaría a ser, con el siguiente régimen, la “calle del Miserable Fernández”. Quien no quisiera entrar en polémicas diría simplemente la “calle de Fernández”.
 
Una iniciativa más seria es la que nos cuenta Agustín de Burgos-López (Aberystwyth, Gales, Reino Unido) respecto de su pueblo de nación (Oropesa, Toledo). Los nombres de las calles llevan los tradicionales por los que son conocidas: “calle del Hospital”, “calle de la Iglesia”, etc. Pero, al mismo tiempo, se añaden unas placas de cerámica en las que figuran los nombres oficiales anteriores de los distintos regímenes, con la fecha correspondiente. Así, todos contentos.
 
Jaime Lerner (Tel Aviv, Israel) me obliga a rectificar mi alusión bíblica: “Si señor, Cristo habrá dado las tres voces en Galilea, pero Galilea nunca fue desierto, sino tierra de montes y valles fértiles”. Rectificado queda. De todas formas,desierto, en buen castellano, no significa solo que haya pocos árboles sino poca gente. Por ejemplo, el vergel de Castellón llamado “Desierto de Las Palmas”.

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