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Juan Carlos Girauta

Épica cotidiana

Aun lamentable y prosaica, la realidad de nuestra aventura tiene su Escila y su Caribdis en el Barça y La Caixa

Aguantar todo esto tiene algo de épico. Uno siempre se puede atar al mástil de su nave para poder oír el canto de las sirenas nacionalistas sin sucumbir. Si las voces no atrajeran tanto, si no tuvieran mucho que ofrecer, no nos quedaríamos prácticamente solos. Más solos que los muertos, pero lúcidos. Acertados o no, pero sin poner los ojos en blanco ni caer en el estomagante sentimentalismo (de obsceno lo calificó Josep Pla tras sopesar el adjetivo liando un cigarrillo). Si el canto no hechizara, no enloquecerían los hombres ni estaría la playa llena de huesos.
 
Aun lamentable y prosaica, la realidad de nuestra aventura tiene su Escila y su Caribdis en el Barça y La Caixa. Estaba claro que cuando los poderosos gimoteantes se decidieran a precipitar sus ambiciones, incendiar el ambiente, exigir urgentes desagravios y vestirse de guerra, la condición de las dos instituciones se iba a revelar: altos escollos habitados por seres que ansían nuestras naves. Todas nuestras naves.
 
Por fortuna el fútbol me es indiferente, nunca he corrido el peligro de Escila y tengo los aullidos de la cueva por un eco molesto. Mi aversión a un deporte donde reservan el nombre de Dios para un cocainómano castrista que en Barcelona se pegaba a las puertas de las discotecas, me salvó, sin saberlo, de terribles peligros. Según Homero, el monstruo tiene doce patas; a mi me salen veintidós, sin suplentes. Qué decir del vecino peñasco, el financiero, donde Caribdis sorbe y vomita sin cesar “con tremenda resaca”, según el vate ciego. Más que sorber hinca los colmillos: las huellas vienen en los recibos de la luz y del gas, de la gasolina y el súper, del agua y del peaje. No sé ahora, pero antes regalaba Caribdis a los niños una libreta de ahorros con cien pesetas, y ya estabas listo. Suplantó a la tieta de Serrat (li darà vint durets per obrir una llibreta; cal estalviar els diners com sempre ha fet la tieta), haciéndose la bestia como de la familia. A mí me llegó la cartilla a los siete años, con un uno y dos ceros bien gordos, y me pareció estupendo. No comprendí, tan tierno, el simbolismo freudiano, los atributos del clan. Caribdis me engañó mejor que Escila.
 
Me dirán que en la alfombrada revuelta catalana la épica no aparece por ninguna parte. La cuestión es si aparece en sus márgenes, si ensombrecidos restan hechos dignos de ser cantados, si una lucha sorda de resistencia a un entorno con rasgos grotescos y absorbentes merece alguna línea. O no merece más que el intenso silencio y la insatisfacción. Allá cada cuál, pero hay poesía en una cantina de estación. Hay gestas que ya nacen cuando aprietas los puños.

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