Paulatinamente, a medida que los precios del petróleo se disparan y/o estabilizan en la estratosfera del mercado internacional, mientras la Unión Europea flirtea con el castrismo y Washington intenta enderezar el clavo ardiendo de la posguerra iraquí, el eje Caracas-La Habana adelanta sus peones a lo largo del tablero latinoamericano. El último capítulo de la saga castrochavista, parcialmente adquirido por el presidente Alfredo Palacio, incluye la propuesta de Caracas de enviar médicos a Ecuador y comprar bonos de la deuda de ese país, además de facilitarle petróleo en préstamo. Palacio desechó lo primero, pero aceptó de buena gana lo segundo. Y por supuesto, lo tercero. Quién se resiste a la marea negra en la que Hugo Chávez pretende remojar el campo de batalla bolivariano.
En el punto de mira del eje castrochavista están las elecciones de fin de año en Bolivia, donde el candidato socialista, el dirigente cocalero Evo Morales, representa una de las puntas de lanza más agudas –por lo servil y reaccionaria– del proceso desestabilizador que Chávez pretende extender al Cono Sur. Adicionalmente, mientras mantiene la presión sobre el gobierno de Álvaro Uribe por medio de su alianza con la narcoguerrilla colombiana, Caracas continúa aumentando su influencia política en Latinoamérica a través de los petrodólares –además del episodio ecuatoriano, ha comprado 500 millones de la deuda pública argentina, por ejemplo–, condimentada por la reciente gira presidencial a este último país, a Uruguay y a Brasil. El inquilino de Miraflores ya ha anunciado su propósito de invertir parte de los más de 30.000 millones de dólares de las reservas internacionales del Banco Central de Venezuela en la región (si se exceptúa a Chile): Petrosur, Telesur, el ya insinuado Radiosur y otros conglomerados al uso, son botones de muestra.