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Eduardo Pedreño

Comoditizar la Red… ¿o apropiarse de ella?

Es la base de un futuro que aún no podemos imaginar y, si dejamos abierta la puerta a un monopolio de la Red, (aunque sea de una empresa tan cool como Google)

En los albores de la presumible nueva burbuja de Internet pueden pasar cosas espectaculares, y se empieza a abrir un camino en el que lo imposible se convierta en cotidiano. La amplitud de miras de Google respecto a su modelo de negocio y al futuro de la Red (y por ende, del mundo), y el afán con el que sus competidores siguen a remolque al gigante de las búsquedas podría suponer cambios fundamentales en la fisonomía de Internet en los próximos años.
 
Pero vayamos por partes. Una de las tendencias de la banda ancha en los países desarrollados es la comoditización. Cuando un producto se comoditiza, sus márgenes se reducen a su mínima expresión y la oferta se suele mover a un producto superior más diferenciado en el que puede encontrar un mayor margen. Ya pasó con la voz (la banda ancha era entonces el producto diferenciado), y ahora está ocurriendo con la propia banda ancha, que ha entrado en una espiral imparable, tanto por la bajada del precio del ancho de banda, como por la feroz competencia entre empresas de telecomunicaciones. En Estados Unidos o Francia se están alcanzando precios irrisorios por las conexiones de este tipo. La banda ancha, por tanto, se está comoditizando. Es un proceso lento (hoy el ADSL sigue siendo la vaca lechera de las telecos), pero eventualmente llegaremos ahí. El problema es que Google quiera adelantarse…
 
Ayer saltaba la noticia de que Google ofrecía una herramienta gratuita para conectarse a la red privada virtual de la compañía a través del acceso gratuito por Wifi en la Bahía de San Francisco, lo que podría ser un primer paso para ofrecerlo en el resto de ciudades americanas. Algunos expertos piensan que puede ser un movimiento rentable para la empresa, que tendría a su alcance nuevas herramientas para rentabilizar publicitariamente la inversión y economizar costes de conexión. Las compras de Google de fibra óptica en Estados Unidos así podrían atestiguarlo, aunque en este punto entramos en el terreno de las conjeturas.
 
La realidad es que no estamos tan lejos de un escenario en el que pagar por el acceso a una conexión de banda ancha sea cosa del pasado y surjan formas alternativas de rentabilizar la inversión en unas infraestructuras que en buena parte ya estarán amortizadas. Las implicaciones de un movimiento de este calibre son difíciles de imaginar porque tocan de lleno al núcleo de negocio de las grandes empresas de telecomunicaciones. O más bien acaban con él, lisa y llanamente.
 
Mi reflexión va por otros derroteros. Una empresa que ofreciera este tipo de servicio gratuito tendría tal poder en sus manos que prácticamente la convertirían en propietaria de facto de Internet. A mediados de los años 90, cuando ya se sabía que las redes telemáticas marcarían el futuro de la computación hubo dos gigantes que intentaron literalmente competir con Internet. El primero fue AOL, una red que durante mucho tiempo fue alternativa a Internet y que finalmente se abrió a la red de redes cuando las demandas del mercado fueron imperativas. El otro fue, cómo no, Microsoft, que creó MSN con el mismo concepto, desdeñando Internet, y lo pagó con un retraso que le produjo –y todavía le produce– enormes dolores de cabeza a Bill Gates. Las grandes empresas fracasaron en su intento de apropiarse de Internet, pero Microsoft no ha cejado en el intento y se ha pasado los últimos ocho años intentando hacerse con parcelas de la Red: con el navegador (impuesto a golpe de monopolio de Windows), con estándares propietarios diseminados aquí y allá (la lista es interminable) y con numerosas apuestas que buscaban el liderazgo innovador del que carecen salvo por su apalancamiento en el sistema operativo (que ni siquiera les ha servido para extender su dominio a los servidores).
 
Pero donde Microsoft ha fracasado Google podría tener éxito. Google entiende la Red, y esa es una de sus grandes fortalezas, sin la cual les habría resultado difícil llegar hasta aquí. Si se disponen a ofrecer un servicio de este tipo lo harán rematadamente bien, y acabaremos pasando por la conexión de Google como antes lo hicimos por el Windows de Microsoft. Las consecuencias pueden ser desastrosas. Para Google, una empresa preocupada por no ser “malvada” (el famoso don’t do evil), pero que mira de reojo su cotización en la Bolsa como es obligado para todas las cotizadas, sería muy difícil mantener su independencia absoluta respecto a los contenidos de la Red. Y el poder absoluto corrompe absolutamente. Ya hemos visto muchos casos en los que la oferta de servicios gratuitos no es impedimento a la hora de cometer tropelías de todo tipo bajo demandas o imposiciones de regímenes totalitarios. ¿Qué pasaría si Google decidiese unilateralmente restringir el acceso a ciertas webs incómodas, por ejemplo?
 
Todo esto no son más que hipótesis, pero en Internet debemos ser aliados de la sospecha. Es la base de un futuro que aún no podemos imaginar y, si dejamos abierta la puerta a un monopolio de la Red, (aunque sea de una empresa tan cool como Google) es completamente seguro que acabaremos trasquilados.

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