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José Vilas Nogueira

Lamento de un pasmado

Las élites de la izquierda española actual carecen de cualquier moral. Para engañarse a sí mismas y, sobre todo, para engañar a los demás, llenan ese hueco con el sistemático ataque a la derecha

El hecho carece, sin duda, de importancia. Salvo para mí, pues me gusta hacerlo. El caso es que llevo muchos días sin publicar nada en Libertad Digital. He andado muy ocupado en menesteres profesionales. Pero también me ha aquejado un pasmo. Y como es conocido el pasmo tiene virtud paralizante. Quizá el exteriorizar las razones de mi asombro pueda tener alguna utilidad terapéutica.
 
Y no es que las causas de mi estupor sean nuevas e imprevistas. Lo verdaderamente imprevisto es la intensidad que súbitamente, y sin motivo aparente, han cobrado aquellas causas y la complacencia con que el drama ha sido acogido por importantes actores que, a primera vista, al menos, serán víctimas de su desenlace. Pues un drama es la destrucción de España o, incluso minimizando todo lo posible su transcendencia, la destrucción del Estado español. Y la descomposición de un Estado con más de cinco siglos de historia, y durante varios de ellos, una de las primeras potencias del mundo no es precisamente suceso trivial ni cotidiano.
 
Que nacionalistas catalanes, vascos y algunos otros imitadores trabajen por este desenlace y celebren su probable éxito no es sorprendente, ni siquiera reprochable. Sólo puede censurárseles su constante y estudiada doblez y deslealtad. El principio de pacta sunt servanda no rige para ellos y haberlo ignorado ha labrado nuestra ruina. Algo sorprendente, pero no mucho, es la complicidad con los nacionalistas de buena parte de las élites políticas, económicas y religiosas no nacionalistas de Cataluña y el País Vasco. No está claro que tal connivencia redunde en su provecho, pero puede explicarse evocando el título de un libro del historiador norteamericano Carlton J.H. Hayes (que, por cierto, fue embajador en España entre 1942 y 1945): el “nacionalismo es una religión”. Y en el caso de muchos curas y obispos católicos su única verdadera religión. Repárese, sino, en el caso del de Barcelona, Martínez Sistach, bendiciendo a una clase política corrupta, mayoritariamente anticatólica, cuyos máximos líderes hacen befa pública de la presunta religión del obispo, y celebrando un texto estatutario anticatólico.
 
Pero, ¿cómo se explica la posición de las élites políticas y culturales, mayormente de izquierdas, aunque no sólo de izquierdas, no catalanas ni vascas? Mil y una explicaciones se han dado y se siguen dando. Casi siempre contienen elementos plausibles, casi todas mantienen elementos en común, pero ninguna es suficientemente satisfactoria para liberarme del pasmo que me aqueja. Es verdad que el principal responsable parece ser el presidente del Gobierno. Pero qué le mueve a llevarnos a la catástrofe. Por desgracia, ¿será masoquista, como ingeniosamente suponía Girauta hace unos días? ¿abrigará un designio de destruir España, pero por qué, qué ganará con ello? ¿será que su único norte es mantenerse en el poder, cualquiera que sea el precio a pagar? En cualquier caso, por malvado que fuese y por importante que sea su posición institucional, alguna razón ha de haber para que un sujeto tan menguado no encuentre una resistencia eficiente.
 
Desde el comienzo de la transición las élites políticas y culturales españolas han asumido la interpretación de que los nacionalismos catalán y vasco eran movimientos meramente reactivos a los excesos del centralismo (un análisis histórico más riguroso habría evidenciado que sí eran movimientos reactivos, pero no al centralismo, sino al liberalismo). En consecuencia, si se suprimía el centralismo aquellos nacionalismos disgregadores se irían debilitando hasta extinguirse. Por tanto, se resucitó el sistema republicano de los estatutos de autonomía. Y el edificio institucional y las competencias de las Comunidades Autónomas fueron creciendo sin parar. Aunque cada nuevo paso del proceso suscitaba nuevas demandas, simbólicas, institucionales y competenciales, la persistencia de la errónea interpretación inicial indujo a no oponerse a ellas. La “profundización de la autonomía” hasta el infinito había ingresado en el territorio sagrado de lo “políticamente correcto”. Para la izquierda, pero también para buena parte de la derecha, o del “centro”, como ellos prefieren denominarse.
 
El sistema y la cultura política española han abandonado toda pulsión centrípeta. De este modo, no ya la situación de la nación, sino también del Estado es siempre “hoy peor que ayer, pero mejor que mañana”. Decía al principio que he estado muy ocupado en menesteres profesionales. Uno de ellos me implicó en la lectura de un trabajo de un colega sobre la evolución del Ejército español. Al tratar del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, el autor reproduce un editorial de El País, que incluye esta frase: “el golpe de Estado (...) es (...) una humillación para la dignidad y la madurez de una de las más antiguas naciones del mundo occidental”. Entonces mandaban en ese periódico Polanco y Cebrián. Siguen mandando ellos, pero nadie se puede imaginar que esa frase u otra similar fuese permitida en un editorial el día de hoy. Ni siquiera le sería admitida a un colaborador de la casa. Pues Carod, Maragall, Zapatero, etc. no se limitan a humillar la dignidad de esa antigua nación; le niegan su ser.
 
Las élites de la izquierda española actual carecen de cualquier moral. Para engañarse a sí mismas y, sobre todo, para engañar a los demás, llenan ese hueco con el sistemático ataque a la derecha. Carecen, asimismo, de otro proyecto político que no sea el de subir al poder y mantenerse en él todo el tiempo posible, incluidos los puestos dirigentes de las grandes corporaciones económicas, tan dependientes entre nosotros del poder político. Y gran parte de la población no de élite comparte estos “valores”, este vacío de valores. El socialismo español actual apenas designa un servilismo gregario a la retórica de lo “políticamente correcto” y una entrega desaforada a un hedonismo primario. Pero, ¿por qué ha de abocar esto al consentimiento de la destrucción de España? La hipótesis más terrible es que Zapatero y los suyos estuviesen atados por alguna secreta implicación en los nunca aclarados sucesos del once de marzo, que los llevaron al poder.
 
Sea como fuere, “si la madre España cae -digo, es un decir- salid, niños del mundo; id a buscarla”, amonestó el poeta. Compartamos, mientras se pueda, la esperanza de César Vallejo.

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