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Gobierno sin fronteras

Mientras no le paren, a Rodríguez Zapatero, ciudadano de la libertad del mundo mundial, le dará igual tener que enseñar el pasaporte al cruzar el Ebro.

José Luis Rodríguez Zapatero es un producto de la globalización: su patria no es España; de hecho, renuncia a tener patria; su espacio e identidad, como él ha dicho, es la libertad. Esa frase que tanto remacha José Bono, de que las Fuerzas Armadas son “soldados sin fronteras”, también podría aplicarla al presidente del Gobierno: “presidente sin fronteras”.
 
Y es verdad que a Rodríguez Zapatero no le importan para nada las fronteras. Por un lado, deja que Marruecos permita la violación de la frontera en Ceuta y Melilla, alimentando noche sí y otra también la ya denominada “marcha negra”. El penoso papel al que se está sometiendo al Ejército español, al que se envía a patrullar una verja sin cobertura legal, preparación y medios, y que sólo sirve como objeto de las iras de quienes saltan la alambrada de manera ilegal, pone de relieve ese desprecio intelectual de ZP sobre las líneas de demarcación nacionales.
 
En el reverso, al presidente socialista le dan tanta tirria las fronteras con las que no se identifica que renuncia a defender las nacionales y está dispuesto a que otros se las dibujen por él. Ahí está el caso del Estatuto y Cataluña. Mientras no le paren, a Rodríguez Zapatero, ciudadano de la libertad del mundo mundial, le dará igual tener que enseñar el pasaporte al cruzar el Ebro.
 
Ahora bien, la negación y renuncia que está haciendo Rodríguez Zapatero de las fronteras de España no va a acabar únicamente en que el PSOE pierda la E de español (la O de obrero ya la perdió hace mucho tiempo) y se quede en PS, va a acabar con la España que conocemos desde 1492. Salvo que alguien se lo impida. Hay muchos que confinan en la sensatez de muchos socialistas, genuinos españolistas y seguidores de los Ibarras y Bonos de turno, pero de ellos no vendrá la salvación. Les une algo más fuerte que la unidad de la patria en peligro: mantenerse en el poder. Y mucho nos tememos que con finas ironías y florituras parlamentarías, la derecha española pueda oponer una resistencia coherente. ¿Estaremos los españoles condenados al “boabdilismo”, es decir, a llorar como mujeres lo que no supimos defender como hombres?

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