Cuando José María Aznar gobernaba España, las autoridades francesas eran promarroquíes. Eso se vio con el asunto de Perejil, por ejemplo, que pese a sus apariencias de vodevil militar, fue un asunto serio. Los marroquíes echaron un pulso a España a ver si tragaba la provocación sin rechistar, y como España respondió al reto, los marroquíes se achantaron. Hoy, Francia apoya al señor Rodríguez, no porqué esté de acuerdo con su “alianza de civilizaciones desaparecidas”, ni con los matrimonios gays, y aún menos la adopción homosexual, sino sencillamente porque el gobierno español es un seguro servidor del “chiraquismo”. Pero el escándalo reciente e inconcluso, de Melilla, y los problemas de la inmigración en general, impulsan sus medios y declaraciones oficiales a observar cierta prudencia. No se atreven a denunciar tan libremente como nosotros la responsabilidad de Marruecos, que lanza a centenares de “subsaharianos” al asalto de las vallas, dispara contra ellos, y cuando han fracasado, los abandona en pleno desierto.
No seré yo quien niegue la miseria y la desesperación humanas que se oculta –mal– detrás de las estadísticas, las cifras y las mentiras de las “políticas de inmigración”, ni más generalmente, la pobreza en amplias regiones del mundo y particularmente en África, pero eso no basta, eso no sirve, lo esencial es encontrar soluciones, y no es nada fácil. Las frases rimbombantes en torno a “la ayuda al desarrollo de los países en vías de ... desarrollo”, sólo constituyen un taparrabos al cinismo y al inmovilismo. Porque el problema es urgente, y no existen soluciones “buenas”, o sea que satisfagan a todos, hay que elegir, con pragmatismo, las menos malas, las que ayuden el máximo de gente posible. Pero no se ayuda a nadie, salvo al sultán, al no denunciar la acción de Marruecos, que utiliza la miseria y la desesperación, con claros objetivos políticos.