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Cristina Losada

Los símbolos y la caravana

Hasta se toleran los homenajes que organizan los etarras. Pero las víctimas de los asesinos han de permanecer calladas

A tenor de la doctrina ZP, definirse como “nación” tiene valor simbólico. Y los símbolos, según Rodríguez, no valen nada. Son cáscaras vacías, meros disfraces que en nada alteran la identidad de quien los viste. Tanto da ir disfrazado de región que de nacionalidad que de nación; lo que se les ocurra a los parlamentos autonómicos, aburridos ellos de usar el mismo traje desde 1978. Rodríguez, cómo no lo habíamos pensado antes, quiere montar un carnavalito en España. No preguntemos por qué, si es lo mismo un nombre que otro, no mantenemos los que figuran en la Constitución. Responde Maragall: hay términos que se han gastado desde entonces. Como la ropa.
 
Pero estas frivolidades no cuelan del todo. En la encuesta publicada el domingo por El Mundo eran más los que rechazaban que Cataluña se denominara “nación” que los que se oponían a que asumiera competencias que hasta ahora mantenía el Estado en exclusiva. Se ve que muchos ciudadanos sí le dan valor a esos aspectos que ZP desprecia por “simbólicos”. Pues aun aceptando que la nación perteneciera a una etérea región donde flotaran también las banderas, los escudos, las coronas, el puño y la rosa, o la hoz y el martillo, a pocos se les escapa que los símbolos denotan una realidad. Y que un cambio de aquellos lleva parejo un cambio de ésta, o viceversa.
 
Contagiado tal vez por Rodríguez, su Comisionado para las Víctimas del Terrorismo celebraba el otro día que los últimos atentados de ETA fueran “felizmente casi simbólicos”. Pero, ¿es simbólico el clima de amenazas y coacción que impera en el País Vasco? Claro que no. El reino del terror allí instaurado es bien real. Y es eso lo que le da poder a ETA. Mientras la sociedad vasca no deje de estar amedrentada por los matones, mientras personas como Gotzone Mora no puedan acudir a su trabajo y pasear por las calles de su ciudad sin recibir insultos y amenazas y hacer frente a agresiones, ningún demócrata podrá celebrar nada. ¿O es que se les está olvidando que la falta de libertad en el País Vasco es el nudo gordiano de todo esto?
 
Quienes sí conocen el valor de los símbolos son los organizadores de “la caravana contra el olvido”. El domingo estuvieron en un cementerio de Compostela. Acudió, al menos, el delegado del Gobierno. Pero en vano buscarían la reseña del acto al día siguiente en los grandes periódicos gallegos. Y es que a la AVT le han colgado el sambenito de la politización o la manipulación, que en España vienen a ser sinónimos. Y, por lo visto, el suyo es de los pocos colectivos que no tienen derecho a pronunciarse, a actuar y a presionar al gobierno. Puede hacerlo todo bicho viviente. Hasta se toleran los homenajes que organizan los etarras. Pero las víctimas de los asesinos han de permanecer calladas.
 
Si hubiera que elegir un dato que simbolizara la degradación moral que ha inducido la política de ZP, es éste, que da fe del retroceso: las críticas y las descalificaciones que llueven sobre la AVT desde que decidió oponerse abiertamente a una negociación con ETA. Eso sí, los perros ladran, pero la caravana avanza.

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