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Alarmas terroristas

En realidad es tan estúpido lo primero como lo segundo. La amenaza seguirá existiendo mientras el islamo-fascismo siga habitando las cabezas de un cierto número de fieles exaltados

Casi al mismo tiempo que Bush pronunciaba un importante discurso el jueves 6, casi una conferencia por lo documentado y analítico, sobre lo que él ha llamado la Guerra contra el terror, el alcalde neoyorquino informaba de la potencial amenaza de un atentado terrorista contra el metro de la gran metrópoli y extremaba las medidas de seguridad. Por similares motivos era desalojado en Washington el obelisco que honra la memoria del epónimo de la ciudad, en el centro del Mall, muy cerca de la Casa Blanca.
 
Al final todo parece haber sido una falsa alarma. Falsa o no, el incidente pone de manifiesto un buen número de fenómenos asociados con la amenaza terrorista y los medios para combatirla, cuya extrema e insana politización e ideologización es fuente de innumerables confusiones y tergiversaciones. Apunta, ante todo a los límites y las posibilidades de la inteligencia, de la que reiteradamente se dice, con toda la razón del mundo, que es una pieza clave en la lucha contra el terrorismo, y al uso que de ella han de hacer los responsables políticos.
 
Si el ataque se produce, desde el poder se responsabilizará a la inteligencia y desde la oposición al poder por no haberlo prevenido. Pero si se advierte de peligros que luego no se materializan siempre habrá quien lo denuncie como manipulaciones del poder para gobernar asustando a la gente. Los responsables de Nueva York han estado en vilo durante varios días porque las primeras informaciones las recibieron de las autoridades federales el fin de semana anterior, pero con la advertencia de que no las podían hacer públicas porque abortarían una operación en curso contra los autores del complot. Para aumentar la tensión, un periodista cazó la noticia antes de que se hubiesen levantado las restricciones para actuar. Por su parte, ese superministerio de seguridad interior que se llama Homeland Defense nunca le concedió mucha credibilidad a la información.
 
En estos casos todo lo imaginable es posible. Puede haber un plan de ataque real y la  publicación del mismo lo desbarata. Puede haber sólo vagas sospechas, pero la agudización del estado de alerta tiene efectos preventivos y sirve para ahuyentar a los aspirantes a la masacre. Los rumores pueden ser lanzados por una organización terrorista, digamos al Qaida, que quiere tantear el terreno y ver cómo responden las fuerzas de seguridad. Conocer sus dispositivos y procedimientos es vital para los profesionales del atentado. O puede estar sometiendo a tensión a esos agentes policiales y de inteligencia, para mantenerlos en vilo, para hacerse propaganda, objetivo siempre importante para todo terrorista, o para distraer su atención de otro punto en el que tienen concentrada su atención y sus propósitos. Por último, como es imaginable, no se puede descartar, según de qué gobierno y de qué país se trate,  que el poder esté realmente manipulando a la opinión pública, lo que siempre constituirá la explicación preferida de cualquier extremismo.
 
Como en este caso la hipotética amenaza tenía su origen en Irak, no faltó quién en Estados Unidos lo tomó como prueba irrefutable de que la guerra no había servido en absoluto para mejorar la seguridad del país. El que luego no haya habido nada no cabe ni soñar que lo tomen como prueba de todo lo contrario. En realidad es tan estúpido lo primero como lo segundo. La amenaza seguirá existiendo mientras el islamo-fascismo siga habitando las cabezas de un cierto número de fieles exaltados, y lo que nos defiende son tanto las medidas pasivas en nuestro territorio como las activas allí donde se encuentren nuestros proclamados enemigos.

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