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Victor D. Hanson

La guerra imperfecta

En el Occidente posguerra fría sienten que “la historia se acabó” y se han autoconvencido que su pasado original es algo del ayer, justo en el momento en que Bin Laden y compañía han llegado desde ese pasado a asegurarles que decididamente no es así

No hace mucho, el teniente coronel Erik Kurilla, un auténtico héroe americano, fue tiroteado tres veces y herido en Mosul (Irak) cuando se adentraba con sus hombres en un enclave terrorista.
 
El yihadista que le disparó sobrevivió y se le dio atención médica americana de primera para curar sus heridas. Resultó ser que el terrorista había sido capturado anteriormente en diciembre de 2004 bajo sospecha de estar involucrado en un mortal ataque suicida contra una base americana. Después fue entregado a los iraquíes, lo enviaron a la tristemente célebre prisión de Abu Ghraib y de allí lo soltaron. Cuando se vio libre, regresó a su trabajo de matar americanos y a su cita con el teniente coronel Kurilla.
Para los americanos quejicas en que están tan ricamente en casa, Abu Ghraib es un “stalag” pero para los terroristas parece ser un lugar de descanso antes de reanudar su caza de americanos.
 
Este incidente reciente refleja una vez más lo confundidos que andamos en Occidente sobre la manera correcta de conseguir nuestros tan necesarios fines. Mientras que nos preocupamos por si nos hemos pasado con nuestra rudeza, los enemigos están convencidos que por nuestra delicadeza estamos muy lejos de ganar esta guerra.
Esta pelea es muy distinta de conflictos anteriores. Ninguno de los yihadistas tiene uniforme. Su primer recurso, no el último, es el terrorismo. Ellos saben que no pueden ganar a menos que maten y desmoralicen a la población civil, preferiblemente en Estados Unidos tal como lo vimos el 11-S.
 
Pero hay otra diferencia al igual que nos implica, no sólo al enemigo. En el pasado, un Estados Unidos más pobre y menos sofisticado adoptó la trágica visión de lidiar con el mundo tal y como era, en lugar de cómo soñaba que pudiera ser.
 
Nuestros antepasados creían que no tenían que ser perfectos para ser buenos. Para ellos, la guerra –al igual que la pobreza y la depresión— era otra de las tragedias de la experiencia humana en la que no había buenas alternativas, siendo la menos espantosa lograr la victoria a toda costa.
 
Es por eso que esta guerra contra el fascismo islámico es la mediocre tormenta perfecta, involucra a un enemigo furtivo que cuenta con la propia libertad y magnanimidad de la sociedad occidental para que la destruyan en el apogeo de su riqueza y sensibilidad.
 
Miremos otro ejemplo reciente. La semana pasada, un palestino suicida cruzó hasta Beersheba para inmolarse en una estación de autobuses israelí hiriendo a 50 civiles. Parece que caminó desde Hebrón, Cisjordania. La frontera aún no estaba vallada con el “muro” israelí.
 
Nosotros, en el mundo occidental, a menudo hemos condenado a los israelíes por construir semejante barrera estilo “apartheid” para separarse de los agraviados palestinos.
 
Algunos tenían fe en que después de que Israel dejase Gaza, los palestinos empezarían a buscar maneras de moldear una nueva sociedad autónoma en lugar de estar enviando de vuelta suicidas dentro de Israel como agradecimiento.
Pero hay una lógica más antigua de nuestro oscuro pasado que parece estar en juego aquí: El suicida cruzó porque pudo. Y el aspirante a asesino aparentemente interpretó la reciente magnanimidad israelí como una nueva señal de debilidad.
 
La misma desconexión es cierta en el asunto de Guantánamo, nuestra prisión cubana diseñada para albergar terroristas de guerra atrapados sin uniforme y no sujetos a la Convención de Ginebra. Se les suministra coranes y servicios religiosos; comidas con la dieta de Oriente hechas con ingredientes que respetan la ley islámica.
 
Aunque nadie ha muerto en Guantánamo, el senador Dick Durbin (demócrata por Illinois) lo comparó recientemente con algo salido del Tercer Reich o de un gulag soviético. Pero aquellos que tienen que custodiar a terroristas violentos allí tienen otras preocupaciones distintas, por ejemplo que varios de los yihadistas recientemente salidos de prisión hayan regresado a Afganistán para ayudar a los talibanes que quedan en su ataque contra soldados americanos.
 
También nos quejamos de la ley PATRIOT, la supuesta islamofobia y las nuevas directrices restrictivas sobre inmigración. Mientras tanto, en el mes de Julio, 5 hombres fueron arrestados con miles de dólares en efectivo, videos de monumentos históricos y mapas del metro de Nueva York (4 de ellos violando leyes de inmigración y todos nacidos en Egipto). Un poco antes, al otro lado del país en la tranquila Lodi, California, 2 radicales paquistaníes –que entraron a Estados Unidos con visados por motivos religiosos– fueron acusados de estar metidos en actividades yihadistas y de violar el estatus de sus visados de inmigración.
 
En el Occidente posguerra fría sienten que “la historia se acabó” y se han autoconvencido que su pasado original es algo del ayer, justo en el momento en que Bin Laden y compañía han llegado desde ese pasado a asegurarles que decididamente no es así.
 
Llevamos debatiendo esto desde los años 60, debatiendo entre la visión terapeútica y la visión trágica de la condición humana, compitiendo entre sí. Seguimos aún discutiendo sobre dilemas al estilo de palos y zanahorias como por ejemplo ¿encarcelar o reinsertar?, ¿trabajo subvencionado o simplemente subvención gratuita?
Sin embargo el debate actual no es sobre política pública sino sobre nuestra propia supervivencia al mismo tiempo que luchamos por encontrar la forma apropiada de derrotar a un enemigo despiadado sin perder nuestra alma liberal.
 
En Gran Bretaña, un liberal Tony Blair ya ha elegido ser más duro después de los atentados de Londres: “Que nadie lo dude, las reglas del juego están cambiando”.
Ciertamente, deben cambiar y están en ese proceso.

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